Nº 8


Hans Membling: Tríptico de la Resurrección 

BOLETIN DEL ROSARIO
Año I - Nº 8
abril 2006


REFLEXIÓN

Cristo, nuestra pascua, nos trae la alegria de la salvación
San Atanasio (s. IV)

Hermanos, ¡qué bueno es celebrar las sagradas fiestas, los diversos oficios, las grandes solemnidades! Ha llegado el tiempo que nos ofrece un nuevo comienzo: el anuncio de la Pascua en la que el Señor fue inmolado. Ciertamente nosotros nos saciamos de El como de un alimento de vida, y nuestra alma se deleita siempre con su preciosísima sangre como de un manantial: y sin embargo siempre tenemos sed, una sed ardiente. El se hace presente a los sedientos y en su bondad los atrae en el día de la fiesta, como lo atestiguan las palabras de nuestro Salvador: “El que tenga sed, venga a mí y beba”.
Amadísimos, el Dios que desde el principio instituyó esta fiesta para nosotros, nos concede asimismo celebrarla cada año. El que entregó a su Hijo a la muerte por nuestra salvación, también nos ofrece esta solemnidad, punto culminante de todo el año. Ella nos orienta y sostiene en medio de las aflicciones de este mundo. Ahora Dios nos otorga la alegría de la salvación propia de esta fiesta, el permitirnos celebrarla todos juntos, uniendo espiritualmente a todo el pueblo de Dios y concediéndonos orar y dar gracias en común como conviene hacerlo en una solemnidad tan grande.
Este es el milagro de la divina bondad: que en esta fiesta congrega a los que están lejos, y acerca, por la unidad de la fe, a los que no pueden participar de esta celebración(...)
Esta es la verdadera alegría, la genuina solemnidad: la destrucción de todos los males. Y para llegar a ella, es necesario que cada uno viva con rectitud y pureza de costumbres, y medite en el silencio de su corazón el temor de Dios.


GUIÓN DEL REZO DEL ROSARIO
Fuente: Directorio Franciscano


Oración Inicial
Omnipotente y sempiterno Dios,
que con la cooperación del Espíritu Santo,
preparaste el cuerpo y el alma de la gloriosa Virgen y Madre María,
para que fuese merecedora de ser digna morada de tu Hijo;
concédenos que por su piadosa intercesión
seamos liberados de los males presentes y de la muerte eterna.
Por el mismo Cristo, Señor nuestro. Amén.



MISTERIOS GOZOSOS

Te pedimos, Señor, que nosotros, tus siervos, gocemos siempre de salud de alma y cuerpo; y por la intercesión de Santa María, la Virgen, líbranos de las tristezas de este mundo y concédenos las alegrías del cielo. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

I.  LA ANUNCIACIÓN DEL ANGEL A MARÍA
Cuando el ángel anunció a María el misterio de la Encarnación, la Virgen era ya la «llena de gracia», en quien Dios se había complacido, ciertamente por don y benevolencia del Altísimo, pero también por su colaboración y fidelidad, su vida de oración y sus obras. María dijo entonces “fiat”, “hágase”, “sí” a Dios, porque a lo largo de su vida se había acostumbrado a aceptar y secundar los planes del Señor; en lo sencillo y cotidiano se había habituado a creer y confiar en la palabra de Yahvé; y cuando llegó lo extraordinario, porque estaba en plena y perfecta sintonía con la voluntad de Dios, dijo una vez más, y no la última, “fiat”, “hágase”, “sí”, asumiendo todos los riesgos que pudieran sobrevenir y abandonándose en manos del Padre.

II  LA VISITA DE MARÍA SANTÍSIMA A SU PRIMA SANTA ISABEL
María marchó presurosa a casa de Isabel a felicitarla, a celebrar y compartir con ella la alegría de una maternidad largo tiempo deseada y suplicada: ¡Qué lección a cuantos descuidamos u olvidamos acompañar a los demás en sus alegrías! El encuentro de estas dos santas mujeres, madres gestantes por intervención especial del Altísimo, sus cantos de alabanza y acción de gracias, y las escenas que legítimamente podemos imaginar a partir de los datos evangélicos, constituyen un misterio armonioso de particular ternura y embeleso humano y religioso: parece como la fiesta de la solidaridad y ayuda fraterna, del compartir alegrías y bienaventuranzas, del cultivar la amistad e intimidad entre quienes tienen misiones especiales en el plan de salvación.

 III  EL NACIMIENTO DE JESÚS EN EL PORTAL DE  BELÉN
El misterio de la Natividad de Jesús despierta profundos sentimientos de ternura, amor, fraternidad, humanidad, alegría, paz, solidaridad... Lo que dice y lo que deja entrever el relato evangélico invita a contemplar y meditar cómo los planes de Dios siguen su curso sorteando o valiéndose de los acontecimientos humanos; cómo en Belén se abrazaron la sublimidad de lo divino y la simplicidad y ternura de lo humano; cuánto debió sufrir José por no poder ofrecer a su esposa y luego a Jesús más que aquel portal; cuánta fe y confianza tenían José y María en la palabra de Dios para creer que el Niño nacido en aquellas circunstancias era el Mesías prometido; cuánto dista la escala de valores de Dios de la nuestra; qué ejemplo el de José, el de María, el de los pastores..., y el del Hijo del eterno Padre que tomó de María la carne de nuestra humanidad y fragilidad. Como María, deberíamos guardar todas estas cosas, y meditarlas en nuestro corazón.

IV  LA PRESENTACIÓN DE JESÚS EN EL TEMPLO
Este misterio invita a contemplar y meditar la diligencia con que José y María, y más tarde también Jesús, se aprestan a cumplir siempre los mandatos del Señor. Al ofrecer María en sacrificio tórtolas o pichones, como manda la Ley para los pobres, entrega en realidad a su Hijo, al verdadero Cordero que deberá redimir a la humanidad.

V  JESÚS PERDIDO Y ENCONTRADO EN EL TEMPLO
¡Cuánto sufrimiento, hasta encontrar a Jesús! Verdaderamente, los caminos de Dios son a veces muy difíciles de comprender, incluso para personas tan llenas del Espíritu Santo y tan dóciles a El, como María y José. Una y otra vez, María, ante los rasgos del misterio de Cristo que se le iban revelando y no acababa de comprender, guardaba todas esas cosas en su corazón y las meditaba.


MISTERIOS LUMINOSOS
Dios todopoderoso y eterno, luz de los que en ti creen, que la tierra se llene de tu gloria y que te reconozcan los pueblos por el esplendor de tu luz. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

I  EL BAUTISMO DE JESÚS EN EL RÍO JORDÁN.
El bautismo de Jesús es la gran teofanía o manifestación de Dios en que por primera vez se revela el misterio de la Trinidad. Las tres divinas personas se hacen sensibles: El Hijo en la persona de Jesús; el Espíritu en forma de paloma que se posa suavemente sobre su cabeza; el Padre mediante la voz de lo alto. Evidentemente Jesús no necesitaba para sí mismo el bautismo de conversión que administraba el Bautista para el perdón de los pecados. Pero, para cumplir el designio del Padre, Jesús tenía que asumir los pecados del mundo, más aún, como dice San Pablo, «hacerse pecado por nosotros» y así, como cordero de Dios, quitar el pecado del mundo en la inmolación pascual a la que le llevaría el camino emprendido en el Jordán.

II  LA AUTORREVELACIÓN DE JESÚS EN LAS BODAS DE CANÁ.
La primera intervención de María en la vida pública de Jesús, pone de relieve su cooperación en la misión de su Hijo, la profunda sintonía entre la confiada solicitud de María y la generosa condescendencia de Jesús. La contemplación de la gloria de Jesús, manifestada en este misterio, debe llevarnos a creer y confiar en Él, tanto más cuando contamos con la intercesión de su Madre.

III  EL ANUNCIO DEL REINO INVITANDO A LA CONVERSIÓN.
Hemos de pensar que Jesús se dirige a cada uno nosotros cuando nos dice que el Reino está cerca, que ha llegado, que está dentro de nosotros, donde hemos de descubrirlo y consolidarlo. Es la gran noticia que nos da, y a lo largo de los episodios de su predicación nos va describiendo los rasgos y características de ese Reino, la vida que se vive en el mismo, las condiciones para entrar y permanecer en él. La otra cara del Reino, la que mira hacia nosotros y de la que somos responsables, es la acogida del don de Dios, creer y aceptar lo que nos regala, dejarnos transformar por su gracia, ir conformando nuestra vida a la nueva vida de hijos de Dios. En una palabra, la conversión.

IV  LA TRANSFIGURACIÓN DE JESÚS
La Transfiguración, hecho que de suyo es glorioso, aparece enmarcado en la perspectiva de la muerte y resurrección de Jesús. Y los apóstoles necesitaban lo primero para afrontar lo segundo. También nosotros necesitamos momentos de gloria para mantenernos firmes en los momentos dolorosos.

V  LA INSTITUCIÓN DE LA EUCARISTÍA.
Jesús utiliza el marco de la cena pascual judía, que celebra entonces por última vez, para instituir, en su lugar, una cena nueva, sagrada y repetible por los discípulos. El mandamiento de Jesús de repetir sus gestos y sus palabras «hasta que venga», no exige solamente acordarse de Jesús y de lo que hizo. Requiere la celebración litúrgica por los apóstoles y sus sucesores del memorial de Cristo, de su vida, de su muerte, de su resurrección y de su intercesión junto al Padre.


MISTERIOS DOLOROSOS
Señor, tú has querido que la Madre compartiera los dolores de tu Hijo al pie de la cruz; haz que la Iglesia, asociándose con María a la pasión de Cristo, merezca participar de su resurrección. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

I  LA ORACIÓN EN EL HUERTO DE GETSEMANÍ
Mucho es lo que nos ofrece este misterio para la meditación y contemplación: los profundos sentimientos de angustia y tristeza que embargaban el espíritu de Jesús, la situación de soledad y desvalimiento en que se encontró, su entera disponibilidad para cumplir la voluntad del Padre, la traición de Judas, el odio de las autoridades del pueblo, la cobardía y huida de los discípulos... También para la Virgen tuvo que ser aquélla una noche atroz de dolor y de pena, compartiendo tanto la tristeza y soledad de su Hijo, como su total adhesión a la voluntad de Dios.

II  LA FLAGELACIÓN
Al sufrimiento del espíritu, tristeza, angustia y soledad de Getsemaní, siguió el dolor corporal y físico de la flagelación, en un contexto saturado de toda clase de vejaciones y desprecios. Jesús, aquella noche acabó convertido en deshecho humano, varón de dolores, uno ante quien se oculta el rostro.

III  LA CORONACIÓN DE ESPINAS
Este misterio nos subraya el ensañamiento con que, primero los guardias del Sanedrín y luego los soldados romanos, trataron de burlarse de Jesús, ofendiendo cuanto pudieron su dignidad y sus sentimientos con los más refinados escarnios, humillaciones, ultrajes, etc., sin escatimarle otros padecimientos y dolores. La corona de espinas y los demás ingredientes de la escena tenían como objetivo, sobre todo, burlarse de la realeza de Cristo.

IV  LA VÍA DE LA CRUZ
Este misterio propone a la contemplación y meditación del creyente el Vía Crucis o Camino de la Cruz, los pasos que dio Jesús, por las calles de Jerusalén, caminando hacia el Calvario para ser allí ajusticiado. Los enemigos del Señor no podían dejar escapar la oportunidad de prolongar y magnificar ante la muchedumbre, su triunfo y la humillación de Jesús. María le acompañaba en sus dolores y sufrimientos, y sentía en su propia alma el desprecio y ultraje público de que era objeto el Hijo.

V LA MUERTE DE JESÚS

En la cruz muere el Justo, el Rey de los judíos, el Hijo de Dios. Y Dios calla, no hace prodigios en favor de quien lo invoca como su Padre; deja que sus enemigos se sientan vencedores, que se le burlen a sus anchas, seguros en sus posiciones, con el triunfo completo y definitivo en sus manos, y con hechos y argumentos para convencer a todos. Así se cerraba el Viernes Santo. Pero el creyente que acompañe a Jesús por los misterios dolorosos hasta la muerte, debe tener vivo en su espíritu que el paso por el sepulcro es preciso, pero sólo transitorio. Si la unión a Cristo es auténtica, necesariamente ha de abrirse a la Resurrección y a los misterios gloriosos.



MISTERIOS GLORIOSOS
Oh Dios, que por la resurrección de tu Hijo, nuestro Señor Jesucristo, has llenado el mundo de alegría, concédenos, por intercesión de su Madre, la Virgen María, llegar a alcanzar los gozos eternos. Por el mismo Jesucristo, nuestro Señor.Amén

I  LA RESURRECCIÓN DE NUESTRO SEÑOR
la Resurrección de Cristo –y el propio Cristo resucitado– es principio y fuente de nuestra resurrección futura. En la espera de que esto se realice, Cristo resucitado vive en el corazón de sus fieles, hasta la consumación de los siglos.

II  LA ASCENSIÓN DE JESÚS AL CIELO
¡Qué diferencia entre la escena del Calvario y ésta de la Ascensión! Pero aquélla era necesaria para llegar a ésta, pasando por la Resurrección. Son pasos fuertes de la vida de Cristo, que deben serlo también de la nuestra: morir con Cristo día a día a nuestro hombre viejo, para que crezca en nosotros nuestra nueva condición de hijos de Dios, lanzados hacia la casa del Padre por el camino que Jesús nos abrió.

III  LA VENIDA DEL ESPÍRITU SANTO
Al contemplar y meditar el misterio de Pentecostés se ve con mayor claridad cuán necesaria es la oración perseverante para prepararse a recibir al Espíritu, y dejarle a su disposición todo el espacio y energías de la propia vida, y qué maravillas puede hacer ese Espíritu en quien lo acoge y le deja actuar como le plazca.

IV  LA ASUNCIÓN DE MARÍA AL CIELO
La Asunción de María, madre de Dios y madre nuestra, es para nosotros motivo de esperanza y de alegría porque, pobres y necesitados como somos, vemos que la Virgen sube al cielo para abogar por nosotros ante el trono de Dios, más de cerca y con mayor eficacia. La contemplación de este misterio tiene que acrecentar nuestra devoción y confianza cuando dirigimos a Dios nuestras plegarias invocando la intercesión de la Virgen.

V  LA CORONACIÓN DE MARÍA COMO REINA DE TODO LO CREADO
La sagrada Liturgia, fiel espejo de la enseñanza comunicada por los Padres y creída por el pueblo cristiano, ha cantado en el correr de los siglos, y canta de continuo, así en Oriente como en Occidente, las glorias de la celestial Reina: Salve Regina, Regina caeli laetare, Ave Regina caelorum, etc. También el arte, al inspirarse en los principios de la fe cristiana, y como fiel intérprete de la espontánea y auténtica devoción del pueblo, ya desde el Concilio de Éfeso, ha representado a María como Reina y Emperatriz coronada. De la realeza del Hijo se deriva la de su Madre.

CONCLUSIÓN

Oración final: Oración de San Nicolás de Flue (s.XV)
Oh, mi Dios y Señor, quítame todo lo que me separe de Ti.
Oh, mi Dios y Señor, dame todo lo que me lleve a Ti.
Oh, mi Dios y Señor, despréndeme de mí mismo y hazme enteramente tuyo.
Amén.

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