Nº 3: El Rosario con Juan Pablo II

El Sueño del Niño. Monasterio de Santa Catalina Siglo: XVIII Estilo: Barroco Concepción vertical, composición asimétrica donde se observa dentro de una orla de rosas envuelta con una cinta con inscripción, la representación de la Virgen María con las manos empalmadas y San José con la mano en el pecho contemplando al niño Jesús recostado en su lecho, a la cabecera se encuentra San Juanito con el índice derecho en los labios, y un cordero.:

BOLETIN DEL ROSARIO
Año I - Nº 3

noviembre 2005

Reflexión

LA HUMILDAD

Es la humildad una virtud tan amable que, al ver Jesús nada más que su deseo en el alma, vuela a ella con todas sus gracias. Esfuérzate por lo tanto en encender en tu corazón un gran deseo de humildad.

Para ser humilde el alma debe cumplir tres condiciones:

La primera es apreciarse en sí en lo que realmente vale, o, lo que es lo mismo, formar de sí en su espíritu un juicio en armonía con los propios méritos. Si lo hace, tendrá la humildad de espíritu.

La segunda es que la voluntad acepte, ratifique y ame ese juicio. El alma en tal caso se complace en verse tan ruin y tan infinitamente miserable ante Dios. Se alegra de que la Infinita Bondad tenga ocasión de colmar con sus misericordias el abismo de sus miserias; y ésta es la humildad de voluntad.

La tercera y última condición es que el alma desee tratarse y ser tratada por los demás conforme al conocimiento que de sí misma tiene. Como ella no es nada ni tiene nada de suyo, no se cree digna de ningún aprecio; no exige de nadie miramiento alguno, ni muestra de respeto o consideración. Siempre se juzga mejor tratada de lo que merece. Cuando le dan muestras de estimación o de afecto, las acepta con sencillez, no ya para sí, sino para Jesús, a quien honran y aman en ella. Esta es la humildad de obra.

Sin la humildad no puede Jesús llevar adelante su trabajo en nuestra alma. Jesús no cohabita con el orgulloso. Sólo gusta morar con los humildes. No hay hombre a quien agrade la compañía del orgulloso. Al lado del soberbio se siente uno a disgusto. El orgullo comunica a sus víctimas algo de semejanza con Satanás. Imprime en la frente del soberbio la señal de la bestia.

Es raro encontrar un alma que se estime en su justo valor, y más raro todavía hallar alguna que ajuste a esta apreciación sus sentimientos y su vida. El alma humana, aún la más sincera, experimenta en sí una oposición habitual a la humildad, una contradicción permanente entre la buena opinión que de sí misma tiene y el juicio que la Verdad eterna le merece. Hasta los hombres que gozan de mejor reputación, escudriñando su alma comprueban que en casi todos sus actos libres se buscan en cierta medida desordenadamente a sí mismos. Se constituyen en cierto grado en centro de sus aspiraciones, de sus pensamientos y de toda su vida.

Debemos pedir siempre luz para conocernos tal cual somos, fuerza para amar esta abyección y valor para dejarnos tratar conforme a nuestros méritos. Cuanto más se conoce el alma, más se desprecia y se abate; y cuanto más se abate, más la levanta Dios hacia Sí.

Oh, Jesús, quiero vivir en la humildad. Nada soy, nada tengo, nada puedo: sólo mis pecados son cosa mía. Soy el pobre leproso cubierto de las úlceras del orgullo. Tú puede curarme.

P. José Schrijvers




GUION DEL REZO DEL ROSARIO


Meditando el Rosario con Juan Pablo II(Textos varios de Juan Pablo II)
Al rezar el Rosario, penetramos en los misterios de la vida de Jesús, que son, a la vez, los misterios de su Madre. Así es que en los misterios del Santo Rosario contemplamos y revivimos los gozos, dolores y gloria de Cristo y su Madre Santa, que pasan a ser gozos, dolores y esperanzas del hombre
(Juan Pablo II, Angelus del 6 de noviembre, 1983).
El Rosario es una oración que se refiere a María unida a Cristo en su misión salvífica. Es, al mismo tiempo, una oración a María, nuestra mejor Mediadora ante el Hijo; (...) es también una oración que de modo especial rezamos con María, lo mismo que oraban juntos con Ella los Apóstoles en el Cenáculo, preparándose para recibir el Espíritu Santo.
(Juan Pablo II, 28 de octubre de 1981)
La presencia materna de María en medio de los Apóstoles era para ellos memoria de Cristo: sus ojos llevaban grabado el rostro del Salvador; su Corazón Inmaculado conservaba sus misterios, desde la Anunciación hasta la Resurrección y la Ascensión al cielo, pasando por la vida pública, la pasión y la muerte. En este sentido, se puede decir que en el Cenáculo nació la oración del Rosario, porque allí los primeros cristianos comenzaron a contemplar con María el Rostro de Cristo, recordando los diversos momentos de su vida terrena
(Juan Pablo II, de su Alocución antes del rezo del Regina Cæli el Domingo 25 de mayo de 2003, Sexto del Tiempo Pascual)

ORACIÓN INICIAL

Espíritu Santo: guíame, haciéndome experimentar tu Reino de Amor en mi alma, conduciéndome a través de María hacia Ti.

Oración preparatoria

Bajo tu amparo nos acogemos,
Santa Madre de Dios.
No desprecies las súplicas
Que te dirigimos en nuestras necesidades.
Antes bien, líbranos de todos los peligros,
Oh, Virgen gloriosa y bendita.


MISTERIOS GOZOSOS
Contemplemos con María la Encarnación de Jesús: los Misterios de Gozo

En los misterios de gozo vemos la alegría de la familia, de la maternidad, del parentesco, de la amistad, de la ayuda recíproca. Cristo, al nacer, asumió y santificó estas alegrías que el pecado no ha borrado totalmente. El realizó esto por medio de María. Del mismo modo, también nosotros hoy, a través de Ella, podemos captar y hacer nuestras las alegrías del hombre: en sí mismas, humildes y sencillas, pero que se hacen grandes y santas en María y en Jesús. (Juan Pablo II, Angelus del 23 de octubre de 1983).
I. LA ANUNCIACIÓN DEL ANGEL A MARÍA
Dijo María al Ángel:
¿Cómo podrá ser esto, pues yo no conozco varón?".
El ángel le contestó y dijo:
"El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra, y por esto el Hijo engendrado será llamado Hijo de Dios". (Lc 1, 34-35)


El primer ciclo, el de los «misterios gozosos», se caracteriza efectivamente por el gozo que produce el acontecimiento de la Encarnación. Esto es evidente desde la Anunciación, cuando el saludo de Gabriel a la Virgen de Nazaret, se une a la invitación a la alegría mesiánica: «Alégrate, María». A este anuncio apunta toda la historia de la salvación, es más, en cierto modo, la historia misma del mundo. En efecto, si el designio del Padre es de recapitular en Cristo todas las cosas, el don divino con el que el Padre se acerca a María para hacerla Madre de su Hijo alcanza a todo el universo. A su vez, toda la humanidad está como implicada en el fiat con el que Ella responde prontamente a la voluntad de Dios. (Juan Pablo II, Rosarium Mariae Virginis, 2)



II LA VISITA DE MARÍA SANTÍSIMA A SU PRIMA SANTA ISABEL
Bendita tú entre las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre. ¿De dónde a mí tanto bien, que venga la Madre de mi Señor a visitarme? ( Lc 1, 42-43)

El regocijo se percibe en la escena del encuentro con Isabel, dónde la voz misma de María y la presencia de Cristo en su seno hacen saltar de alegría a Juan. Haciendo nuestras en el Avemaría las palabras del Ángel y de Santa Isabel, nos sentimos impulsados a buscar siempre de nuevo en María, entre sus brazos y en su corazón, el fruto bendito de su vientre. (Juan Pablo II, Rosarium Mariae Virginis, 20 y 24)

III EL NACIMIENTO DE JESÚS EN BELÉN
Y sucedió que estando allí, le llegó la hora del parto, y dió a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre, porque no hubo lugar para ellos en la posada . (Lc 2, 6-7)

María, Madre por excelencia, nos ayuda a comprender las palabras claves del misterio del nacimiento de su Hijo divino: humildad, silencio, estupor, alegría.
Nos exhorta ante todo a la humildad para que Dios pueda encontrar espacio en nuestro corazón. Éste no puede quedar obscurecido por el orgullo y la soberbia. Nos indica el valor del silencio, que sabe escuchar el canto de los Ángeles y el llanto del Niño, y que no los sofoca en el estruendo y en el caos. Junto a ella, contemplaremos el pesebre con íntimo estupor, disfrutando de la sencilla y pura alegría que ese Niño trae a la humanidad. (Juan Pablo II, Angelus, 21 de diciembre de 2003)


IV LA PRESENTACIÓN DE JESÚS EN EL TEMPLO
Y cumplidos los días de su purificación según la Ley de Moisés, lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor, como está mandado en la Ley del Señor: Todo varón primogénito será consagrado al Señor; y para presentar como ofrenda un par de tórtolas o dos pichones, según lo mandado en la Ley del Señor. (Lc 2, 22-24)
(…) ya los dos últimos misterios, aun conservando el sabor de la alegría, anticipan indicios del drama. En efecto, la presentación en el templo, a la vez que expresa la dicha de la consagración y extasía al viejo Simeón, contiene también la profecía de que el Niño será «señal de contradicción» para Israel y de que una espada traspasará el alma de la Madre. (Juan Pablo II, Rosarium Virginis Mariae, 2)

V JESÚS PERDIDO Y ENCONTRADO EN EL TEMPLO
Al verlo se maravillaron, y le dijo su madre: -Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira que tu padre y yo, angustiados, te buscábamos.
Y él les dijo: -¿Por qué me buscábais? ¿No sabíais que es necesario que yo esté en las cosas de mi Padre?
Pero ellos no comprendieron lo que les dijo. (Lc 2, 48-49)


Gozoso y dramático al mismo tiempo es también el episodio de Jesús de 12 años en el templo. Aparece con su sabiduría divina mientras escucha y pregunta, y ejerciendo sustancialmente el papel de quien enseña. La revelación de su misterio de Hijo, dedicado enteramente a las cosas del Padre, anuncia aquella radicalidad evangélica que, ante las exigencias absolutas del Reino, cuestiona hasta los más profundos lazos de afecto humano. José y María mismos, sobresaltados y angustiados, no comprendieron sus palabras. (Juan Pablo II, Rosarium Virginis Mariae, 20)


MISTERIOS LUMINOSOS
Contemplemos con María el Rostro de Dios: Los Misterios de Luz

Durante la vida pública es cuando el Misterio de Cristo se manifiesta de manera especial como Misterio de Luz (Carta Apostólica «Rosarium Virginis Mariæ », 19).

Es el tiempo en el que Jesús, con la potencia de la palabra y de las obras, revela plenamente el «rostro» del Padre celestial, inaugurando su Reino de amor, de justicia y de paz. El Bautismo en el Jordán, las bodas de Caná, el anuncio del Reino, la Transfiguración en el monte Tabor, y la Institución de la Eucaristía, son momentos de revelación, es decir, misterios «luminosos», que dejan brillar el esplendor de la naturaleza divina de Dios en Jesucristo. (Juan Pablo II «Angelus» Domingo 21 septiembre de 2003).

I EL BAUTISMO DE JESÚS EN EL RÍO JORDÁN.
Inmediatamente después de ser bautizado, Jesús salió del agua y he aquí que se le abrieron los Cielos y vio el Espíritu de Dios que descendía en forma de paloma y venía sobre él. Y una voz desde los cielos dijo: —Éste es mi Hijo, el amado, en quien me he complacido. (Mt 3, 16-17).

Misterio de luz es ante todo el Bautismo en el Jordán. En él, mientras Cristo, como inocente que se hace 'pecado' por nosotros, entra en el agua del río, el cielo se abre y la voz del Padre lo proclama Hijo predilecto, y el Espíritu desciende sobre Él para investirlo de la misión que le espera... (Juan Pablo II, Rosarium Virginis Mariae, 21)


II LA AUTORREVELACIÓN DE JESÚS EN LAS BODAS DE CANÁ.
Cuando el maestresala probó el agua convertida en vino, sin saber de dónde provenía -aunque los sirvientes que sacaron el agua lo sabían- llamó al esposo y le dijo:
-Todos sirven primero el mejor vino, y cuando ya han bebido
bien, el peor; tú, al contrario, has reservado el vino bueno hasta ahora. (Jn 2, 9-10)

Misterio de luz es el comienzo de los signos en Caná , cuando Cristo, transformando el agua en vino, abre el corazón de los discípulos a la fe gracias a la intervención de María, la primera creyente. ... Excepto en el de Caná, en estos misterios la presencia de María queda en el trasfondo. Los Evangelios apenas insinúan su eventual presencia en algún que otro momento de la predicación de Jesús y nada dicen sobre su presencia en el Cenáculo en el momento de la institución de la Eucaristía. Pero, de algún modo, el cometido que desempeña en Caná acompaña toda la misión de Cristo...(Juan Pablo II, Rosarium Virginis Mariae, 21).


III EL ANUNCIO DEL REINO INVITANDO A LA CONVERSIÓN.
Y, mientras pasaba junto al mar de Galilea, vio a Simón y a Andrés, el hermano de Simón, que echaban las redes en el mar, pues eran pescadores. Y les dijo: -Seguidme y haré que seáis pescadores de hombres. Y, al momento, dejaron las redes y le siguieron. (Mc 1, 16-18).

Misterio de luz es la predicación con la cual Jesús anuncia la llegada del Reino de Dios e invita a la conversión, perdonando los pecados de quien se acerca a Él con humilde fe, iniciando así el ministerio de misericordia que Él continuará ejerciendo hasta el fin del mundo, especialmente a través del sacramento de la Reconciliación confiado a la Iglesia. (Juan Pablo II, Rosarium Virginis Mariae, 21).
IV LA TRANSFIGURACIÓN DE JESÚS
Seis días después, Jesús se llevó con él a Pedro, a Santiago y a Juan su hermano, y los condujo a un monte alto, a ellos solos. Y se transfiguró ante ellos, de modo que su rostro se puso resplandeciente como el sol, y sus vestidos blancos como la luz. (Mt 17, 1-2)
Misterio de luz por excelencia es la Transfiguración, que según la tradición tuvo lugar en el Monte Tabor. La gloria de la Divinidad resplandece en el rostro de Cristo, mientras el Padre lo acredita ante los apóstoles extasiados para que lo escuchen y se dispongan a vivir con Él el momento doloroso de la Pasión, a fin de llegar con Él a la alegría de la Resurrección y a una vida transfigurada por el Espíritu Santo.(Juan Pablo II, Rosarium Virginis Mariae, 21)
V LA INSTITUCIÓN DE LA EUCARISTÍA.
Y tomando pan, dio gracias, lo partió y se lo dio diciendo:
-Esto es mi cuerpo, que es entregado por vosotros. Haced esto en memoria mía.
Y del mismo modo el cáliz, después de haber cenado, diciendo:
-Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros. (Lc 22, 19-20).



Misterio de luz es, por fin, la institución de la Eucaristía, en la cual Cristo se hace alimento con su Cuerpo y su Sangre bajo las especies del pan y del vino, dando testimonio de su amor por la humanidad « hasta el extremo » y por cuya salvación se ofrecerá en sacrificio.(Juan Pablo II, Rosarium Virginis Mariae, 21)

MISTERIOS DOLOROSOS
Contemplemos con María los sufrimientos de la Pasión: Los Misterios de Dolor

Los Evangelios dan gran relieve a los misterios del dolor de Cristo. La piedad cristiana, especialmente en la Cuaresma, con la práctica del Via Crucis, se ha detenido siempre sobre cada uno de los momentos de la Pasión, intuyendo que ellos son el culmen de la revelación del amor y la fuente de nuestra salvación. El Rosario escoge algunos momentos de la Pasión, invitando al orante a fijar en ellos la mirada de su corazón y a revivirlos. (Rosarium Virginis Mariae, 22)

I LA ORACIÓN EN EL HUERTO DE GETSEMANÍ
Y adelantándose un poco, se postró rostro en tierra mientras oraba diciendo: -Padre mío, si es posible, aleja de mí este cáliz; pero que no sea tal como yo quiero, sino como quieres tú. (Mt 26, 39)

El itinerario meditativo se abre con Getsemaní, donde Cristo vive un momento particularmente angustioso frente a la voluntad del Padre, contra la cual la debilidad de la carne se sentiría inclinada a rebelarse. Allí, Cristo se pone en lugar de todas las tentaciones de la humanidad y frente a todos los pecados de los hombres, para decirle al Padre: «no se haga mi voluntad, sino la tuya».Este «sí» suyo cambia el «no» de los progenitores en el Edén. (Rosarium Virginis Mariæ, 22)

II LA FLAGELACIÓN
Entonces Pilato tomó a Jesús y mandó que lo azotaran.(Jn 19, 1)

En los misterios dolorosos contemplamos en Cristo todos los dolores del hombre: en El, angustiado, traicionado, abandonado, capturado aprisionado; en El, injustamente procesado y sometido a la flagelación; en El, mal entendido y escarnecido en su misión; en El, condenado con complicidad del poder político; en El conducido públicamente al suplicio y expuesto a la muerte más infamante; en El, Varón de dolores profetizado por Isaías, queda resumido y santificado todo dolor humano. (Juan Pablo II: Angelus del 30 de octubre, 1983).
III LA CORONACIÓN DE ESPINAS
Y los soldados le pusieron en la cabeza una corona de espinas que habían trenzado y lo vistieron con su manto de púrpura. Y se acercaban a él y le decían: -Salve, Rey de los judíos. Y le daban bofetadas. (Jn 19, 2-3)

Ecce homo! En este oprobio no sólo se revela el amor de Dios, sino el sentido mismo del hombre. Ecce homo!: quien quiera conocer al hombre, ha de saber descubrir su sentido, su raíz y su cumplimiento en Cristo, Dios que se humilla por amor hasta la muerte y muerte de cruz (Rosarium Virginis Mariæ, 22)
IV LA VÍA DE LA CRUZ
¿A vuestro Rey voy a crucificar?
-No tenemos más rey que el César –respondieron los príncipes de los sacerdotes.
Entonces se lo entregó para que lo crucificaran. Y se llevaron a Jesús.
Y, cargando con la cruz, salió hacia el lugar que se llama la Calavera, en hebreo Gólgota.(Jn 19, 15-17)


En el camino doloroso y en el Gólgota está la Madre, la primera Mártir. Y nosotros, con el corazón de la Madre, a la cual desde la cruz entregó en testamento a cada uno de los discípulos y a cada uno de los hombres, contemplamos conmovidos los padecimientos de Cristo, aprendiendo de El la obediencia hasta la muerte, y muerte de cruz; aprendiendo de Ella a acoger a cada hombre como hermano, para estar con Ella junto a las innumerables cruces en las que el Señor de la gloria todavía está injustamente enclavado, no en su Cuerpo glorioso, sino en los miembros dolientes de su Cuerpo místico. (Juan Pablo II: Angelus del 30 de octubre, 1983).



V LA MUERTE DE JESÚS
Jesús, cuando probó el vinagre, dijo:
-Todo está consumado.
E inclinando la cabeza, entregó el espíritu. (Jn 19,30)


Los misterios de dolor llevan al creyente a revivir la muerte de Jesús poniéndose al pie de la cruz junto a María, para penetrar con ella en la inmensidad del amor de Dios al hombre y sentir toda su fuerza regeneradora. (Rosarium Virginis Mariæ, 22)
Siervo del Padre, Primogénito entre muchos hermanos, Cabeza de la humanidad, transforma el padecimiento humano en oblación agradable a Dios, en sacrificio que redime. El es el Cordero que quita el pecado del mundo, el Testigo fiel, que capitula en sí y hace meritorio todo martirio. (Juan Pablo II: Angelus del 30 de octubre, 1983).


MISTERIOS GLORIOSOS
Contemplemos con María el triunfo de la Resurrección: Los Misterios Gloriosos

En los misterios gloriosos del Rosario reviven las esperanzas del cristiano: las esperanzas de la vida eterna que comprometen la omnipotencia de Dios y las expectativas del tiempo presente que obligan a los hombres a colaborar con Dios. (Juan Pablo II, Angelus del 6 de noviembre de 1983).

I LA RESURRECCIÓN DE NUESTRO SEÑOR
¿Para qué andáis buscando entre los muertos al que está vivo? (Lc 24,5)

En Cristo resucitado resurge el mundo entero y se inauguran los cielos nuevos y la tierra nueva que llegarán a cumplimiento a su vuelta gloriosa, cuando “la muerte no existirá más, ni habrá duelo, ni gritos, ni trabajo, porque todo esto es ya pasado” (Juan Pablo II, Angelus del 6 de noviembre de 1983).


II LA ASCENSIÓN DE JESÚS AL CIELO
Los sacó (a los discípulos) hasta cerca de Betania y levantando sus manos los bendijo. Y mientras los bendecía, se alejó de ellos y comenzó a elevarse al cielo. Y ellos le adoraron y regresaron a Jerusalén con gran alegría. Y estaban continuamente en el Templo bendiciendo a Dios. (Lc 24, 50-53)
Al ascender Cristo al cielo, en El se exalta a la naturaleza humana que se sienta a la diestra de Dios, y se da a los discípulos la consigna de evangelizar al mundo; además, al subir Cristo al cielo, no se eclipsa de la tierra, sino que se oculta en el rostro de cada hombre, especialmente de los más desgraciados: los pobres, los enfermos, los marginados, los perseguidos. (Juan Pablo II, Angelus del 6 de noviembre de 1983).

III LA VENIDA DEL ESPÍRITU SANTO
Y de repente sobrevino del cielo un ruido, como de viento que irrumpe impetuosamente, y llenó toda la casa en la que se hallaban. Entonces se les aparecieron unas lenguas como de fuego, que se dividían y se posaron sobre cada uno de ellos (Hch 2, 2-3)
Al infundir el Espíritu Santo en Pentecostés, dio a los discípulos la fuerza de amar y difundir la verdad, pidió comunión en la construcción de un mundo digno del hombre redimido y concedió capacidad de santificar todas las cosas con la obediencia a la voluntad del Padre celestial. De este modo encendió de nuevo el gozo de donar en el ánimo de quien da, y la certeza de ser amado en el corazón del desgraciado. (Juan Pablo II, Angelus del 6 de noviembre de 1983).


IV LA ASUNCIÓN DE MARÍA AL CIELO
La Inmaculada Madre de Dios y siempre Virgen María, terminado el curso de su vida terrenal, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria del cielo. (Pío XII, Constitución Munificentisimus Deus, 1 de noviembre de 1950)
En la gloria de la Virgen elevada al cielo, contemplamos entre otras cosas la sublimación real de los vínculos de la sangre y los afectos familiares, pues Cristo glorificó a María no sólo por ser inmaculada y arca de la presencia divina, sino también por honrar a su Madre como Hijo. No se rompen en el cielo los vínculos santos de la tierra; por el contrario, en los cuidados de la Virgen Madre elevada para ser abogada y protectora nuestra y tipo de la Iglesia victoriosa, descubrimos también el modelo inspirador del amor solícito de nuestros queridos difuntos hacia nosotros, amor que la muerte no destruye, sino que acrecienta a la luz de Dios. (Juan Pablo II, Angelus del 6 de noviembre de 1983).
V LA CORONACIÓN DE MARÍA COMO REINA DE TODO LO CREADO
Una gran señal apareció en el cielo: una Mujer, vestida del sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza. ( Ap 12,1)
Finalmente, en la visión de María ensalzada por todas las criaturas, celebramos el misterio escatológico de una humanidad rehecha en Cristo en unidad perfecta, sin divisiones ya ni otra rivalidad que no sea la de aventajarse en amor uno a otro. Porque Dios es Amor. (Juan Pablo II, Angelus del 6 de noviembre de 1983).

CONCLUSIÓN.

Oración final

Oh, Dios, cuyo Unigénito Hijo
con su vida, muerte y resurrección
nos granjeó el premio de la vida eterna:
danos a los que con veneración recordamos
estos Misterios del Santísimo Rosario,
que imitemos las virtudes que contienen
y logremos los premios que prometen.
Por Jesucristo Nuestro Señor



No hay comentarios: