Nº 4: El Rosario con Escrivá de Balaguer


Theotokos Eleusa:
Theotokos Eleusa

BOLETIN DEL ROSARIO
Año I - Nº 4

diciembre 2005

REFLEXION

"...que Tú,Oh, Virgen, has dado a luz”
Es la hora de la Noche Santa, en la que el Divino Niño entra en nuestro mundo, se convierte en nuestro hermano y asume su destino de Salvador...”Le llegó el tiempo de dar a luz, y dio a luz a su Hijo primogénito...” (Lc 2,6-7). Esto se ha realizado para todos nosotros, y el cántico de alegría por este feliz acontecimiento no tendrá jamás fin sobre la tierra. En la misma hora, sucede algo que se refiere solamente a María: Cristo se manifiesta abiertamente en la existencia personal de ella; El nace en su espíritu y en su corazón. La situación de espera se vuelve ahora una comunión de vida, cara a cara. Realidad inefable: Aquel que es su Hijo, es también su Redentor; y cuando lo mira, está viendo a Aquel que es la “manifestación del Dios viviente”. Cuando su corazón se llena, y su impulso de afecto vuela hacia Aquel que ha venido, está amando al Redentor. Cuando cuida de su tierna criatura, está sirviendo a su mismo Señor que se le presenta bajo el aspecto de la fragilidad humana.
Eso también acontece espiritualmente en cada cristiano, todas las veces que la vida interior, intuida en la fe, entra en la claridad de la inteligencia, en la evidencia de la acción, en la decisión del testimonio. En cada uno de nosotros nace Cristo cada vez que penetra en modo esencial y decisivo una acción o un sentimiento. En un caso, sin embargo, ello sucede con particular significado: cuando Cristo se nos presenta de manera luminosa y fuerte, al punto de convertirse en la realidad dominante de nuestra vida interior.
Romano Guardini



GUION DEL REZO DEL ROSARIO

Meditando el Rosario con José María Escrivá de Balaguer

ORACIÓN INICIAL

Espíritu Santo, fuente de sabiduría y amor,
te consagro para siempre
mi entendimiento, corazón, voluntad y todo mi ser.
Que en todo momento siga tus divinas inspiraciones
y acate las enseñanzas de la Iglesia
cuyo guía invisible eres Tú.
Amén

Oración preparatoria
Oh, santa y limpia María,
te invocamos e imploramos tu ayuda.
Rescátanos de toda necesidad y de las tentaciones del demonio.
Sé nuestra intercesora y abogada en la hora de la muerte y del juicio.
Haznos dignos de la Gloria de tu Hijo,
oh amadísima y clemente Virgen María
(San Efrén)



I. LA ANUNCIACIÓN DEL ANGEL A MARÍA
Hágase en mí según tu palabra (Lc 1,38).
En María no hay nada de aquella actitud de las vírgenes necias, que obedecen, pero alocadamente. Nuestra Señora oye con atención lo que Dios quiere, pondera lo que no entiende, pregunta lo que no sabe. Luego, se entrega toda al cumplimiento de la voluntad divina: he aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra . ¿Veis la maravilla? Santa María, maestra de toda nuestra conducta, nos enseña ahora que la obediencia a Dios no es servilismo, no sojuzga la conciencia: nos mueve íntimamente a que descubramos la libertad de los hijos de Dios . Tratemos de aprender, siguiendo su ejemplo en la obediencia a Dios, esa delicada combinación de esclavitud y de señorío.

II LA VISITA DE MARÍA SANTÍSIMA A SU PRIMA SANTA ISABEL
Bendita tú entre las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre (Lc 1,45)
Bienaventurada eres porque has creído, dice Isabel a nuestra Madre. La unión con Dios, la vida sobrenatural, comporta siempre la práctica atractiva de las virtudes humanas: María lleva la alegría al hogar de su prima, porque "lleva" a Cristo.
Vuelve tus ojos a la Virgen y contempla cómo vive la virtud de la lealtad. Cuando la necesita Isabel, dice el Evangelio que acude con prisa alegre. ¡Aprende!

III EL NACIMIENTO DE JESÚS EN BELÉN
No hubo lugar para ellos en la posada . (Lc 2,7)
Los diversos hechos y circunstancias que rodearon el nacimiento del Hijo de Dios acuden a nuestro recuerdo, y la mirada se detiene en la gruta de Belén, en el hogar de Nazareth. María, José, Jesús Niño, ocupan de un modo muy especial el centro de nuestro corazón. ¿Qué nos dice, qué nos enseña la vida a la vez sencilla y admirable de esa Sagrada Familia?
Entre las muchas consideraciones que podríamos hacer, una sobre todo quiero comentar ahora. El nacimiento de Jesús significa, como refiere la Escritura, la inauguración de la plenitud de los tiempos, el momento escogido por Dios para manifestar por entero su amor a los hombres, entregándonos a su propio Hijo. Esa voluntad divina se cumple en medio de las circunstancias más normales y ordinarias: una mujer que da a luz, una familia, una casa. La Omnipotencia divina, el esplendor de Dios, pasan a través de lo humano, se unen a lo humano. Desde entonces los cristianos sabemos que, con la gracia del Señor, podemos y debemos santificar todas las realidades limpias de nuestra vida. No hay situación terrena, por pequeña y corriente que parezca, que no pueda ser ocasión de un encuentro con Cristo y etapa de nuestro caminar hacia el Reino de los cielos

IV LA PRESENTACIÓN DE JESÚS EN EL TEMPLO
Y cumplidos los días de su purificación según la Ley de Moisés, lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor. ( Lc 2,22).
Es preciso ir con el Niño a Jerusalén para presentarle al Señor. Y esta vez serás tú, amigo mío, quien lleve la jaula de las tórtolas. ¿Te fijas? Ella —¡la Inmaculada!— se somete a la Ley como si estuviera inmunda. ¿Aprenderás con este ejemplo, a cumplir, a pesar de todos los sacrificios personales, la Santa Ley de Dios?
¡Purificarse! ¡Tú y yo sí que necesitamos purificación! Expiar, y, por encima de la expiación, el Amor. Un amor que sea cauterio, que abrase la roña de nuestra alma, y fuego, que encienda con llamas divinas la miseria de nuestro corazón.

V JESÚS PERDIDO Y ENCONTRADO EN EL TEMPLO
¿No sabíais que es necesario que yo esté en las cosas de mi Padre? (Lc 2, 49)
La fe católica ha sabido reconocer en María un signo privilegiado del amor de Dios: Dios nos llama ya ahora sus amigos, su gracia obra en nosotros, nos regenera del pecado, nos da las fuerzas para que, entre las debilidades propias de quien aún es polvo y miseria, podamos reflejar de algún modo el rostro de Cristo. No somos sólo náufragos a los que Dios ha prometido salvar, sino que esa salvación obra ya en nosotros. Nuestro trato con Dios no es el de un ciego que ansía la luz pero que gime entre las angustias de la oscuridad, sino el de un hijo que se sabe amado por su Padre.
María, Madre nuestra, Auxilio de los cristianos, Refugio de los pecadores: intercede ante tu Hijo, para que nos envíe al Espíritu Santo, que despierte en nuestros corazones la decisión de caminar con paso firme y seguro.


I EL BAUTISMO DE JESÚS EN EL RÍO JORDÁN.
Entonces vino Jesús al Jordán desde Galilea, para ser bautizado por Juan. (Mt 3, 13)
El cristiano se sabe injertado en Cristo por el Bautismo; habilitado a luchar por Cristo por la Confirmación; llamado a obrar en el mundo por la participación en la función real, profética y sacerdotal de Cristo; hecho una sola cosa con Cristo por la Eucaristía, sacramento de la unidad y del amor. Por eso, como Cristo, ha de vivir de cara a los demás hombres, mirando con amor a todos y a cada uno de los que le rodean, y a la humanidad entera.

II LA AUTORREVELACIÓN DE JESÚS EN LAS BODAS DE CANÁ.
Haced lo que él os diga. (Jn 2,5)
Muchas conversiones, muchas decisiones de entrega al servicio de Dios han sido precedidas de un encuentro con María. Nuestra Señora ha fomentado los deseos de búsqueda, ha activado maternalmente las inquietudes del alma, ha hecho aspirar a un cambio, a una vida nueva. Y así el "haced lo que El os dirá" se ha convertido en realidades de amoroso entregamiento, en vocación cristiana que ilumina desde entonces toda nuestra vida personal.
Sed audaces. Contáis con la ayuda de María, Y Nuestra Señora, sin dejar de comportarse como Madre, sabe colocar a sus hijos delante de sus precisas responsabilidades. María, a quienes se acercan a Ella y contemplan su vida, les hace siempre el inmenso favor de llevarlos a la Cruz, de ponerlos frente a frente al ejemplo del Hijo de Dios. Y en ese enfrentamiento, donde se decide la vida cristiana, María intercede para que nuestra conducta culmine con una reconciliación del hermano menor —tú y yo— con el Hijo primogénito del Padre.

III EL ANUNCIO DEL REINO INVITANDO A LA CONVERSIÓN.
Seguidme y haré que seáis pescadores de hombres.( Mc 1, 17)
Si te decides —sin rarezas, sin abandonar el mundo, en medio de tus ocupaciones habituales— a entrar por estos caminos de contemplación, enseguida te sentirás amigo del Maestro, con el divino encargo de abrir los senderos divinos de la tierra a la humanidad entera. Sí, con esa labor tuya contribuirás a que se extienda el reinado de Cristo en todos los continentes. Y se sucederán, una tras otra, las horas de trabajo ofrecidas por las lejanas naciones que nacen a la fe, por los pueblos de oriente impedidos bárbaramente de profesar con libertad sus creencias, por los países de antigua tradición cristiana donde parece que se ha oscurecido la luz del Evangelio y las almas se debaten en las sombras de la ignorancia... Entonces, ¡qué valor adquiere esa hora de trabajo!, ese continuar con el mismo empeño un rato más, unos minutos más, hasta rematar la tarea. Conviertes, de un modo práctico y sencillo, la contemplación en apostolado, como una necesidad imperiosa del corazón, que late al unísono con el dulcísimo y misericordioso Corazón de Jesús, Señor Nuestro.

IV LA TRANSFIGURACIÓN DE JESÚS
...su rostro se puso resplandeciente como el sol, y sus vestidos blancos como la luz.(Mt 17,2 )
El reino de los cielos se alcanza a viva fuerza, y los que la hacen son los que lo arrebatan. Esa fuerza no se manifiesta en violencia contra los demás: es fortaleza para combatir las propias debilidades y miserias, valentía para no enmascarar las infidelidades personales, audacia para confesar la fe también cuando el ambiente es contrario. ¿Avanzo en mi fidelidad a Cristo?, ¿en deseos de santidad?, ¿en generosidad apostólica en mi vida diaria, en mi trabajo ordinario entre mis compañeros de profesión? Cada uno, sin ruido de palabras, que conteste a esas preguntas, y verá cómo es necesaria una nueva transformación, para que Cristo viva en nosotros, para que su imagen se refleje limpiamente en nuestra conducta.

V LA INSTITUCIÓN DE LA EUCARISTÍA.
Haced esto en memoria mía. ( Lc 22, 19)
Ante todo, hemos de amar la Santa Misa que debe ser el centro de nuestro día. Si vivimos bien la Misa, ¿cómo no continuar luego el resto de la jornada con el pensamiento en el Señor, con la comezón de no apartarnos de su presencia, para trabajar como El trabajaba y amar como El amaba? Aprendemos entonces a agradecer al Señor esa otra delicadeza suya: que no haya querido limitar su presencia al momento del Sacrificio del Altar, sino que haya decidido permanecer en la Hostia Santa que se reserva en el Tabernáculo, en el Sagrario.
Os diré que para mí el Sagrario ha sido siempre Betania, el lugar tranquilo y apacible donde está Cristo, donde podemos contarle nuestras preocupaciones, nuestros sufrimientos, nuestras ilusiones y nuestras alegrías, con la misma sencillez y naturalidad con que le hablaban aquellos amigos suyos, Marta, María y Lázaro. Por eso, al recorrer las calles de alguna ciudad o de algún pueblo, me da alegría descubrir, aunque sea de lejos, la silueta de una iglesia; es un nuevo Sagrario, una ocasión más de dejar que el alma se escape para estar junto al Señor Sacramentado.


I LA ORACIÓN EN EL HUERTO DE GETSEMANÍ
Padre mío, si es posible, no me hagas beber este cáliz. (Mt 26,39)
Jesús ora en el huerto: "Abba, Pater!" Dios es mi Padre, aunque me envíe sufrimiento. Me ama con ternura, aun hiriéndome. Jesús sufre, por cumplir la Voluntad del Padre... Y yo, que quiero también cumplir la Santísima Voluntad de Dios, siguiendo los pasos del Maestro, ¿podré quejarme si encuentro por compañero de camino al sufrimiento?
Constituirá una señal cierta de mi filiación, porque me trata como a su Divino Hijo. Y, entonces, como El, podré gemir y llorar a solas en mi Getsemaní, pero, postrado en tierra, reconociendo mi nada, subirá hasta el Señor un grito salido de lo íntimo de mi alma: “Hágase tu voluntad”

II LA FLAGELACIÓN
Entonces Pilato tomó a Jesús y mandó que lo azotaran. (Jn 19, 1)
Jesús se entregó a Sí mismo, hecho holocausto por amor. Y tú, discípulo de Cristo; tú, hijo predilecto de Dios; tú, que has sido comprado a precio de Cruz: tú también debes estar dispuesto a negarte a ti mismo. Por lo tanto, sean cuales fueren las circunstancias concretas por las que atravesemos, ni tú ni yo podemos llevar una conducta egoísta, aburguesada, cómoda, disipada..., y —perdóname mi sinceridad— ¡necia! Si ambicionas la estima de los hombres, y ansías ser considerado o apreciado, y no buscas más que una vida placentera, te has desviado del camino... En la ciudad de los santos, sólo se permite la entrada, y descansar, y reinar con el Rey por los siglos eternos, a los que pasan por la vía áspera, angosta y estrecha de las tribulaciones

III LA CORONACIÓN DE ESPINAS
Le pusieron en la cabeza una corona de espinas que habían trenzado (Jn 19, 2)
¡Satisfecha queda el ansia de sufrir de nuestro Rey!
Llevan a mi Señor al patio del pretorio, y allí convocan a toda la cohorte. Los soldadotes brutales han desnudado sus carnes purísimas. Con un trapo de púrpura, viejo y sucio, cubren a Jesús. Una caña, por cetro, en su mano derecha. La corona de espinas, hincada a martillazos, le hace Rey de burlas...Dios te salve, Rey de los judíos. Y, a golpes, hieren su cabeza. Y le abofetean... y le escupen.
Coronado de espinas y vestido con andrajos de púrpura, Jesús es mostrado al pueblo judío: Ecce homo! —Ved aquí al hombre. Y de nuevo los pontífices y sus ministros alzaron el grito diciendo: ¡crucifícale!, ¡crucifícale. Tú y yo, ¿no le habremos vuelto a coronar de espinas, y a abofetear, y a escupir?

IV LA VÍA DE LA CRUZ
Entonces se lo entregó para que lo crucificaran. (Jn 19,16)
Es necesario que te decidas voluntariamente a cargar con la cruz. Si no, dirás con la lengua que imitas a Cristo, pero tus hechos lo desmentirán; así no lograrás tratar con intimidad al Maestro, ni lo amarás de veras. Urge que los cristianos nos convenzamos bien de esta realidad: no marchamos cerca del Señor cuando no sabemos privarnos espontáneamente de tantas cosas que reclaman el capricho, la vanidad, el regalo, el interés... No debe pasar una jornada sin que la hayas condimentado con la gracia y la sal de la mortificación. Y desecha esa idea de que estás, entonces, reducido a ser un desgraciado. Pobre felicidad será la tuya, si no aprendes a vencerte a ti mismo, si te dejas aplastar y dominar por tus pasiones y veleidades, en vez de tomar tu cruz gallardamente.

V LA MUERTE DE JESÚS
Todo está consumado.(Jn 19,30)
La enseñanza cristiana sobre el dolor no es un programa de consuelos fáciles. Es, en primer término, una doctrina de aceptación de ese padecimiento, que es de hecho inseparable de toda vida humana.
Ante las pesadumbres, el cristiano sólo tiene una respuesta auténtica, una respuesta que es definitiva: Cristo en la Cruz, Dios que sufre y que muere, Dios que nos entrega su Corazón, que una lanza abrió por amor a todos. Nuestro Señor abomina de las injusticias, y condena al que las comete. Pero, como respeta la libertad de cada individuo, permite que las haya. Dios Nuestro Señor no causa el dolor de las criaturas, pero lo tolera porque —después del pecado original— forma parte de la condición humana. Sin embargo, su Corazón lleno de Amor por los hombres le hizo cargar sobre sí, con la Cruz, todas esas torturas: nuestro sufrimiento, nuestra tristeza, nuestra angustia, nuestra hambre y sed de justicia.
La escena del Calvario proclama a todos, que las aflicciones han de ser santificadas si vivimos unidos a la Cruz.



I LA RESURRECCIÓN DE NUESTRO SEÑOR
No esta aquí, porque ha resucitado, según predijo. (Mt 28, 6).
El día del triunfo del Señor, de su Resurrección, es definitivo. ¿Dónde están los soldados que había puesto la autoridad? ¿Dónde están los sellos, que habían colocado sobre la piedra del sepulcro? ¿Dónde están los que condenaron al Maestro? ¿Dónde están los que crucificaron a Jesús?... Ante su victoria, se produce la gran huida de los pobres miserables. ¡Ha resucitado! Jesús ha resucitado. No está en el sepulcro. La Vida pudo más que la muerte. Se apareció a su Madre Santísima. Se apareció a María de Magdala, que está loca de amor. Y a Pedro y a los demás Apóstoles.
Que nunca muramos por el pecado; que sea eterna nuestra resurrección espiritual. Llénate de esperanza: Jesucristo vence siempre

II LA ASCENSIÓN DE JESÚS AL CIELO
Y mientras los bendecía, se alejó de ellos y comenzó a elevarse al cielo.( Lc 24,51)
La fiesta de la Ascensión del Señor nos sugiere también otra realidad; el Cristo que nos anima a esta tarea en el mundo, nos espera en el Cielo. En otras palabras: la vida en la tierra, que amamos, no es lo definitivo; pues no tenemos aquí ciudad permanente, sino que andamos en busca de la futura ciudad inmutable Sin embargo, en esta tierra, la contemplación de las realidades sobrenaturales, la acción de la gracia en nuestras almas, el amor al prójimo como fruto sabroso del amor a Dios, suponen ya un anticipo del Cielo. Cristo nos espera. Vivamos ya como ciudadanos del cielo siendo plenamente ciudadanos de la tierra, en medio de dificultades, de injusticias, de incomprensiones, pero también en medio de la alegría y de la serenidad que da el saberse hijo amado de Dios. Perseveremos en el servicio de nuestro Dios, y veremos cómo aumenta en número y en santidad este ejército cristiano de paz, este pueblo de corredención.

III LA VENIDA DEL ESPÍRITU SANTO
Quedaron todos llenos del Espíritu Santo (Hch, 2,4)
La tradición cristiana ha resumido la actitud que debemos adoptar ante el Espíritu Santo en un solo concepto: docilidad. Ser sensibles a lo que el Espíritu divino promueve a nuestro alrededor y en nosotros mismos: a los carismas que distribuye, a los movimientos e instituciones que suscita, a los afectos y decisiones que hace nacer en nuestro corazón. El Espíritu Santo realiza en el mundo las obras de Dios: es —como dice el himno litúrgico— dador de las gracias, luz de los corazones, huésped del alma, descanso en el trabajo, consuelo en el llanto. Sin su ayuda nada hay en el hombre que sea inocente y valioso, pues es El quien lava lo manchado, quien cura lo enfermo, quien enciende lo que está frío, quien endereza lo extraviado, quien conduce a los hombres hacia el puerto de la salvación y del gozo eterno.

IV LA ASUNCIÓN DE MARÍA AL CIELO
Terminado el curso de su vida terrenal, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria del cielo. (Constitución Munificentisimus Deus de SS. Pío XII)
María ha sido llevada por Dios, en cuerpo y alma, a los cielos. Hay alegría entre los ángeles y entre los hombres. ¿Por qué este gozo íntimo que advertimos hoy, con el corazón que parece querer saltar del pecho, con el alma inundada de paz? Porque celebramos la glorificación de nuestra Madre y es natural que sus hijos sintamos un especial júbilo, al ver cómo la honra la Trinidad Beatísima. La fiesta de la Asunción de Nuestra Señora nos propone la realidad de una esperanza gozosa. Somos aún peregrinos, pero Nuestra Madre nos ha precedido y nos señala ya el término del sendero: nos repite que es posible llegar y que, si somos fieles, llegaremos. Porque la Santísima Virgen no sólo es nuestro ejemplo: es auxilio de los cristianos. Y ante nuestra petición no sabe ni quiere negarse a cuidar de sus hijos con solicitud maternal.

V LA CORONACIÓN DE MARÍA COMO REINA DE TODO LO CREADO
Una Mujer, vestida del sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza. (Ap 12,1)
Llénate de seguridad: nosotros tenemos por Madre, a la Madre de Dios, la Santísima Virgen María, Reina del Cielo y del Mundo. María, la Madre santa de nuestro Rey, la Reina de nuestro corazón, cuida de nosotros como sólo Ella sabe hacerlo.
Santa María, Reina de todos los que suspiran por dar a conocer el amor de tu Hijo: tú que tanto entiendes de nuestras miserias, pide perdón por nuestra vida; por lo que en nosotros podría haber sido fuego y ha sido cenizas; por la luz que dejó de iluminar; por la sal que se volvió insípida. Madre de Dios, omnipotencia suplicante: tráenos, con el perdón, la fuerza para vivir verdaderamente de esperanza y de amor, para poder llevar a los demás la fe de Cristo.


CONCLUSIÓN.

Oración final
Oh, Dios, todopoderoso y misericordioso,
que en defensa del pueblo cristiano
estableciste admirablemente a la Beatísima Virgen María
como nuestro perpetuo auxilio:
concédenos propicio que,
fortalecidos con una arma de esta naturaleza,
luchando en esta vida,
podamos en la muerte conseguir victoria del maligno enemigo.
Por Jesucristo Nuestro Señor.
Amén.


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