BOLETIN DEL ROSARIO
Año I - Nº 5
enero 2006
Guiados por ua estrella
(www.fluvium.org)
La Epifanía del Señor es su manifestación al mundo, más allá del concreto y pequeño pueblo de Israel. Consideremos hoy, esa relación que establece Dios con los hombres para manifestarse al mundo y hacer a todos partícipes de su salvación. Debemos meditar sobre este hecho en el ámbito de la providencia divina. En su infinita perfección, Dios prevé también las causas segundas que colaborarán al cumplimiento de su voluntad. En este caso, la manifestación de su gloria en la salvación del mundo. Así se entiende la colaboración de los ángeles, que fueron los primeros en anunciar al Mesías recién nacido; la estrella, que –no sabemos cómo– sirvió a los Magos de anuncio tan elocuente como los ángeles lo fueron para los pastores. Unos y otros colaboran, como había que hacerlo en aquel momento, al desarrollo del Reino de Dios.
Todo lo que sucede, en relación con la encarnación, nacimiento, vida, muerte y resurrección de Jesucristo, tiene un carácter salvífico. Es derroche de Dios con la humanidad. Y, en cuanto reclama nuestra cooperación libre, ocasión de corredimir, de sacar a los hombres por Cristo de la indigencia a la que están sometidos por el pecado: ¿Qué es el hombre? –se pregunta el último concilio ecuménico– ¿Cuál es el sentido del dolor, del mal, de la muerte, que, a pesar de tantos progresos hechos, subsisten todavía? ¿Qué valor tienen las victorias logradas a tan caro precio? ¿Qué puede dar el hombre a la sociedad? ¿Qué puede esperar de ella? ¿Qué hay después de esta vida temporal?
A la luz de la vida y muerte de Cristo somos capaces de desentrañar el misterio de nuestra existencia. Insistimos, con palabras de Juan Pablo II en su carta apostólica "Tertio Millennio Adveniente": Toda la vida cristiana es como una gran peregrinación hacia la casa del Padre, del cual se descubre cada día su amor incondicionado por toda criatura humana (...). Esta peregrinación afecta a lo íntimo de la persona, prolongándose después a la comunidad creyente para alcanzar a la humanidad entera.
Estas ideas deben alimentar nuestra oración. Deben ser interpelantes para cada uno. “De que tú y yo nos portemos como Dios quiere –no lo olvides– dependen muchas cosas grandes”, nos recordaba el beato Josemaría Escrivá. Porque Nuestro Señor cuenta con cada uno, habiéndonos anunciado ya, como a los Magos y a los Pastores, que ha venido como Mesías. Se trata de una verdad tan sencilla como cierta, que no es menos comprometedora por ser ya muy conocida. Por otra parte, es fácil reconocer que no han cambiado realmente las cosas desde entonces, aunque sean distintas algunas de las circunstancias accidentales. Dios sigue estando frente a nosotros, y nosotros aquí contemplándole y reconociendo su voluntad en cada momento y circunstancia de la vida. Los Magos se complicaron la vida, a partir del día de su salida, y cada uno de los días siguientes, hasta llegar a Belén. Procuraron no perder de vista la estrella, que se convirtió –no lo olvidemos– en razón de su existencia. Algo así espera hoy Dios de nosotros.
Los vemos con los ojos fijos, mirando al cielo, caminando de noche por donde la estrella quisiera. Así es nuestra vocación, esa llamada bien concreta a la santidad, que el hombre ha recibido de su Creador y Señor, de su Padre Dios. ¿Hasta qué punto observo con serena obsesión –como Melchor, Gaspar y Baltasar–, con verdadero interés la estrella de mi vida, y en cada momento, en cada circunstancia? ¿Es la estrella lo que me mueve, lo que me orienta? No es lo mismo mover que orientar: por eso los coches tienen motor y volante. ¿Noto que vivo en un permanente ofrecimiento de mi conducta, queriendo que mi día agrade a Dios, porque la estrella me mueve? ¿Ante los imprevistos –continuos– reacciono orientando mi comportamiento según la estrella, que me guía hacia el amor a Dios en lo concreto?
Santa María, Estrella del mar, Estrella de oriente, Estrella de la mañana, ruega por nosotros.
GUION DEL REZO DEL ROSARIO
La Epifanía del Señor es su manifestación al mundo, más allá del concreto y pequeño pueblo de Israel. Consideremos hoy, esa relación que establece Dios con los hombres para manifestarse al mundo y hacer a todos partícipes de su salvación. Debemos meditar sobre este hecho en el ámbito de la providencia divina. En su infinita perfección, Dios prevé también las causas segundas que colaborarán al cumplimiento de su voluntad. En este caso, la manifestación de su gloria en la salvación del mundo. Así se entiende la colaboración de los ángeles, que fueron los primeros en anunciar al Mesías recién nacido; la estrella, que –no sabemos cómo– sirvió a los Magos de anuncio tan elocuente como los ángeles lo fueron para los pastores. Unos y otros colaboran, como había que hacerlo en aquel momento, al desarrollo del Reino de Dios.
Todo lo que sucede, en relación con la encarnación, nacimiento, vida, muerte y resurrección de Jesucristo, tiene un carácter salvífico. Es derroche de Dios con la humanidad. Y, en cuanto reclama nuestra cooperación libre, ocasión de corredimir, de sacar a los hombres por Cristo de la indigencia a la que están sometidos por el pecado: ¿Qué es el hombre? –se pregunta el último concilio ecuménico– ¿Cuál es el sentido del dolor, del mal, de la muerte, que, a pesar de tantos progresos hechos, subsisten todavía? ¿Qué valor tienen las victorias logradas a tan caro precio? ¿Qué puede dar el hombre a la sociedad? ¿Qué puede esperar de ella? ¿Qué hay después de esta vida temporal?
A la luz de la vida y muerte de Cristo somos capaces de desentrañar el misterio de nuestra existencia. Insistimos, con palabras de Juan Pablo II en su carta apostólica "Tertio Millennio Adveniente": Toda la vida cristiana es como una gran peregrinación hacia la casa del Padre, del cual se descubre cada día su amor incondicionado por toda criatura humana (...). Esta peregrinación afecta a lo íntimo de la persona, prolongándose después a la comunidad creyente para alcanzar a la humanidad entera.
Estas ideas deben alimentar nuestra oración. Deben ser interpelantes para cada uno. “De que tú y yo nos portemos como Dios quiere –no lo olvides– dependen muchas cosas grandes”, nos recordaba el beato Josemaría Escrivá. Porque Nuestro Señor cuenta con cada uno, habiéndonos anunciado ya, como a los Magos y a los Pastores, que ha venido como Mesías. Se trata de una verdad tan sencilla como cierta, que no es menos comprometedora por ser ya muy conocida. Por otra parte, es fácil reconocer que no han cambiado realmente las cosas desde entonces, aunque sean distintas algunas de las circunstancias accidentales. Dios sigue estando frente a nosotros, y nosotros aquí contemplándole y reconociendo su voluntad en cada momento y circunstancia de la vida. Los Magos se complicaron la vida, a partir del día de su salida, y cada uno de los días siguientes, hasta llegar a Belén. Procuraron no perder de vista la estrella, que se convirtió –no lo olvidemos– en razón de su existencia. Algo así espera hoy Dios de nosotros.
Los vemos con los ojos fijos, mirando al cielo, caminando de noche por donde la estrella quisiera. Así es nuestra vocación, esa llamada bien concreta a la santidad, que el hombre ha recibido de su Creador y Señor, de su Padre Dios. ¿Hasta qué punto observo con serena obsesión –como Melchor, Gaspar y Baltasar–, con verdadero interés la estrella de mi vida, y en cada momento, en cada circunstancia? ¿Es la estrella lo que me mueve, lo que me orienta? No es lo mismo mover que orientar: por eso los coches tienen motor y volante. ¿Noto que vivo en un permanente ofrecimiento de mi conducta, queriendo que mi día agrade a Dios, porque la estrella me mueve? ¿Ante los imprevistos –continuos– reacciono orientando mi comportamiento según la estrella, que me guía hacia el amor a Dios en lo concreto?
Santa María, Estrella del mar, Estrella de oriente, Estrella de la mañana, ruega por nosotros.
GUION DEL REZO DEL ROSARIO
Rosario Bíblico
(Fuente: www.cenaculum.org)
Oración Inicial
Oración de San Ildefonso a la Virgen pidiendo recibir el Espíritu Santo
Te suplico encarecidamente, oh Virgen santa,
que yo reciba a Jesús por aquel Espíritu
por obra del cual tú misma engendraste a Jesús.
Que mi alma reciba a Jesús por aquel Espíritu
por obra del cual tu carne concibió al mismo Jesús.
Que yo ame a Jesús en aquel mismo Espíritu,
en el que tú lo adoras como Señor
y lo contemplas como Hijo.
Amén
MISTERIOS GOZOSOS
I. LA ANUNCIACIÓN DEL ANGEL A MARÍA
(Escucha de la Palabra de Dios: Lc. 1, 26-38)
Señor Dios nuestro, que quisiste que tu Verbo se hiciera hombre en el seno de la Virgen María, concede a quienes proclamamos que nuestro Redentor es realmente Dios y hombre que lleguemos a ser partícipes de su naturaleza divina. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
II LA VISITA DE MARÍA SANTÍSIMA A SU PRIMA SANTA ISABEL
(Escucha de la Palabra de Dios: Lc. 1, 39-45)
Dios todopoderoso y eterno, tú que, cuando María llevaba en su seno a tu Hijo, le inspiraste que visitara a su prima santa Isabel, haz que nosotros seamos siempre dóciles a las inspiraciones de tu Espíritu, para que, con María, podamos proclamar eternamente tu grandeza. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
III EL NACIMIENTO DE JESÚS EN BELÉN
(Escucha de la Palabra de Dios: Lc. 2, 1-7 )
Dios todopoderoso, concédenos que, al vernos envueltos en la luz nueva de tu Palabra hecha carne, hagamos resplandecer en nuestras obras la fe que haces brillar en nuestra mente. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
IV LA PRESENTACIÓN DE JESÚS EN EL TEMPLO
(Escucha de la Palabra de Dios: Lc, 2, 22-35)
Dios todopoderoso y eterno, en este día en que tu Hijo fue presentado en el templo con un cuerpo como el nuestro, te pedimos nos concedas a nosotros poder ser presentados ante ti, plenamente renovados en nuestro espíritu. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
V JESÚS PERDIDO Y ENCONTRADO EN EL TEMPLO
(Escucha de la Palabra de Dios: Lc. 2, 41-52)
Oh Padre del cielo, que consentiste que tu Hijo Divino se entretuviera contigo, entre los doctores del templo, no obstante las grandes angustias de sus padres por el temor de haberlo perdido, haznos perseverantes en la oración para conseguir los frutos de la redención. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
MISTERIOS LUMINOSOS
I EL BAUTISMO DE JESÚS EN EL RÍO JORDÁN.
(Escucha de la Palabra de Dios: Mt. 3, 13-17)
Dios todopoderoso y eterno, que proclamaste solemnemente a Cristo como tu Hijo amado, cuando era bautizado en el Jordán y descendía el Espíritu Santo sobre él, concede a tus hijos de adopción, renacidos del agua y del Espíritu Santo, que se conserven siempre dignos de tu complacencia. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
II LA AUTORREVELACIÓN DE JESÚS EN LAS BODAS DE CANÁ.
(Escucha de la Palabra de Dios: Jn. 2, 1-11)
Señor, Padre santo, que quisiste, por disposición admirable, que la bienaventurada Virgen María estuviese presente en los misterios de nuestra salvación, concédenos, atendiendo a las palabras de la Madre de Cristo, hacer aquello que tu Hijo nos ha mandado en el Evangelio. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Oración Inicial
Oración de San Ildefonso a la Virgen pidiendo recibir el Espíritu Santo
Te suplico encarecidamente, oh Virgen santa,
que yo reciba a Jesús por aquel Espíritu
por obra del cual tú misma engendraste a Jesús.
Que mi alma reciba a Jesús por aquel Espíritu
por obra del cual tu carne concibió al mismo Jesús.
Que yo ame a Jesús en aquel mismo Espíritu,
en el que tú lo adoras como Señor
y lo contemplas como Hijo.
Amén
MISTERIOS GOZOSOS
I. LA ANUNCIACIÓN DEL ANGEL A MARÍA
(Escucha de la Palabra de Dios: Lc. 1, 26-38)
Señor Dios nuestro, que quisiste que tu Verbo se hiciera hombre en el seno de la Virgen María, concede a quienes proclamamos que nuestro Redentor es realmente Dios y hombre que lleguemos a ser partícipes de su naturaleza divina. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
II LA VISITA DE MARÍA SANTÍSIMA A SU PRIMA SANTA ISABEL
(Escucha de la Palabra de Dios: Lc. 1, 39-45)
Dios todopoderoso y eterno, tú que, cuando María llevaba en su seno a tu Hijo, le inspiraste que visitara a su prima santa Isabel, haz que nosotros seamos siempre dóciles a las inspiraciones de tu Espíritu, para que, con María, podamos proclamar eternamente tu grandeza. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
III EL NACIMIENTO DE JESÚS EN BELÉN
(Escucha de la Palabra de Dios: Lc. 2, 1-7 )
Dios todopoderoso, concédenos que, al vernos envueltos en la luz nueva de tu Palabra hecha carne, hagamos resplandecer en nuestras obras la fe que haces brillar en nuestra mente. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
IV LA PRESENTACIÓN DE JESÚS EN EL TEMPLO
(Escucha de la Palabra de Dios: Lc, 2, 22-35)
Dios todopoderoso y eterno, en este día en que tu Hijo fue presentado en el templo con un cuerpo como el nuestro, te pedimos nos concedas a nosotros poder ser presentados ante ti, plenamente renovados en nuestro espíritu. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
V JESÚS PERDIDO Y ENCONTRADO EN EL TEMPLO
(Escucha de la Palabra de Dios: Lc. 2, 41-52)
Oh Padre del cielo, que consentiste que tu Hijo Divino se entretuviera contigo, entre los doctores del templo, no obstante las grandes angustias de sus padres por el temor de haberlo perdido, haznos perseverantes en la oración para conseguir los frutos de la redención. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
MISTERIOS LUMINOSOS
I EL BAUTISMO DE JESÚS EN EL RÍO JORDÁN.
(Escucha de la Palabra de Dios: Mt. 3, 13-17)
Dios todopoderoso y eterno, que proclamaste solemnemente a Cristo como tu Hijo amado, cuando era bautizado en el Jordán y descendía el Espíritu Santo sobre él, concede a tus hijos de adopción, renacidos del agua y del Espíritu Santo, que se conserven siempre dignos de tu complacencia. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
II LA AUTORREVELACIÓN DE JESÚS EN LAS BODAS DE CANÁ.
(Escucha de la Palabra de Dios: Jn. 2, 1-11)
Señor, Padre santo, que quisiste, por disposición admirable, que la bienaventurada Virgen María estuviese presente en los misterios de nuestra salvación, concédenos, atendiendo a las palabras de la Madre de Cristo, hacer aquello que tu Hijo nos ha mandado en el Evangelio. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
III EL ANUNCIO DEL REINO INVITANDO A LA CONVERSIÓN.
(Escucha de la Palabra de Dios: Mc. 1, 14-15)
Dios misericordioso, escucha las plegarias de tus hijos que, inclinados por el peso de sus culpas, se convierten a ti e invocan tu clemencia; movido por ella enviaste a tu Hijo al mundo como Salvador y nos diste a la Virgen Santa María como Reina de misericordia. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
IV LA TRANSFIGURACIÓN DE JESÚS
(Escucha de la Palabra de Dios: Mc. 9, 2-10)
Señor Dios, que en la gloriosa transfiguración de Jesucristo confirmaste los misterios de la fe con el testimonio de Moisés y de Elías, y nos hiciste entrever en la gloria de tu Hijo la grandeza de nuestra definitiva adopción filial, haz que escuchemos siempre la voz de tu Hijo amado y lleguemos a ser un día sus coherederos en la gloria. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
V LA INSTITUCIÓN DE LA EUCARISTÍA.
(Escucha de la Palabra de Dios: Mt. 26, 26-29)
Señor nuestro Jesucristo, que en este sacramento admirable nos dejaste el memorial de tu pasión, concédenos venerar de tal modo los sagrados misterios de tu cuerpo y de tu sangre, que experimentemos constantemente en nosotros el fruto de tu redención. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
MISTERIOS DOLOROSOS
I LA ORACIÓN EN EL HUERTO DE GETSEMANÍ
(Escucha de la Palabra de Dios: Lc. 22, 39-46)
Oh Dios, omnipotente y misericordioso, que en el huerto de los Olivos abandonaste a tu Hijo a una amarguísima agonía para expiación de los pecados de los hombres, convierte a ti, suma bondad, nuestras frágiles voluntades para que, detestando el pecado, nos convirtamos a la santidad y a la justicia. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
II LA FLAGELACIÓN
(Escucha de la Palabra de Dios: Jn. 18, 34-40 ; 19, 1)
Dios de infinita y de eterna justicia, que toleraste la pena dolorosa de la flagelación de tu divino Hijo para que su sangre lavase las miserias de los hombres, imprime en nosotros sentimientos de vivo dolor por nuestros pecados y confirma el sincero propósito de repararlo generosa y sinceramente. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
III LA CORONACIÓN DE ESPINAS
(Escucha de la Palabra de Dios: Mc. 15, 16-20)
Sabiduría eterna de Dios, que no ahorraste a tu divino Hijo, nuestro Salvador, el tormento de la corona de espinas para que expiase especialmente los pecados de impureza y de orgullo del hombre, sálvanos de las tinieblas del mal. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
IV LA VÍA DE LA CRUZ
(Escucha de la Palabra de Dios: Lc. 23, 26-32)
Oh Dios, que manifestaste tu magnificencia en la admirable redención del hombre y que de la penosa subida al Calvario de tu divino Hijo sacaste plena satisfacción por las culpas de la humanidad entera, convierte a los errantes al verdadero camino, para que vuelvan a recorrerlo, aceptando de buen grado el peso de la cruz y las humillaciones debidas por sus pecados. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
V LA MUERTE DE JESÚS
(Escucha de la Palabra de Dios: Lc. 23, 33-46)
Mira, Señor, con bondad a tu familia santa, por la cual Jesucristo nuestro Señor aceptó el tormento de la cruz, entregándose a sus propios enemigos. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
(Escucha de la Palabra de Dios: Mc. 1, 14-15)
Dios misericordioso, escucha las plegarias de tus hijos que, inclinados por el peso de sus culpas, se convierten a ti e invocan tu clemencia; movido por ella enviaste a tu Hijo al mundo como Salvador y nos diste a la Virgen Santa María como Reina de misericordia. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
IV LA TRANSFIGURACIÓN DE JESÚS
(Escucha de la Palabra de Dios: Mc. 9, 2-10)
Señor Dios, que en la gloriosa transfiguración de Jesucristo confirmaste los misterios de la fe con el testimonio de Moisés y de Elías, y nos hiciste entrever en la gloria de tu Hijo la grandeza de nuestra definitiva adopción filial, haz que escuchemos siempre la voz de tu Hijo amado y lleguemos a ser un día sus coherederos en la gloria. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
V LA INSTITUCIÓN DE LA EUCARISTÍA.
(Escucha de la Palabra de Dios: Mt. 26, 26-29)
Señor nuestro Jesucristo, que en este sacramento admirable nos dejaste el memorial de tu pasión, concédenos venerar de tal modo los sagrados misterios de tu cuerpo y de tu sangre, que experimentemos constantemente en nosotros el fruto de tu redención. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
MISTERIOS DOLOROSOS
I LA ORACIÓN EN EL HUERTO DE GETSEMANÍ
(Escucha de la Palabra de Dios: Lc. 22, 39-46)
Oh Dios, omnipotente y misericordioso, que en el huerto de los Olivos abandonaste a tu Hijo a una amarguísima agonía para expiación de los pecados de los hombres, convierte a ti, suma bondad, nuestras frágiles voluntades para que, detestando el pecado, nos convirtamos a la santidad y a la justicia. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
II LA FLAGELACIÓN
(Escucha de la Palabra de Dios: Jn. 18, 34-40 ; 19, 1)
Dios de infinita y de eterna justicia, que toleraste la pena dolorosa de la flagelación de tu divino Hijo para que su sangre lavase las miserias de los hombres, imprime en nosotros sentimientos de vivo dolor por nuestros pecados y confirma el sincero propósito de repararlo generosa y sinceramente. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
III LA CORONACIÓN DE ESPINAS
(Escucha de la Palabra de Dios: Mc. 15, 16-20)
Sabiduría eterna de Dios, que no ahorraste a tu divino Hijo, nuestro Salvador, el tormento de la corona de espinas para que expiase especialmente los pecados de impureza y de orgullo del hombre, sálvanos de las tinieblas del mal. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
IV LA VÍA DE LA CRUZ
(Escucha de la Palabra de Dios: Lc. 23, 26-32)
Oh Dios, que manifestaste tu magnificencia en la admirable redención del hombre y que de la penosa subida al Calvario de tu divino Hijo sacaste plena satisfacción por las culpas de la humanidad entera, convierte a los errantes al verdadero camino, para que vuelvan a recorrerlo, aceptando de buen grado el peso de la cruz y las humillaciones debidas por sus pecados. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
V LA MUERTE DE JESÚS
(Escucha de la Palabra de Dios: Lc. 23, 33-46)
Mira, Señor, con bondad a tu familia santa, por la cual Jesucristo nuestro Señor aceptó el tormento de la cruz, entregándose a sus propios enemigos. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
MISTERIOS GLORIOSOS
I LA RESURRECCIÓN DE NUESTRO SEÑOR
(Escucha de la Palabra de Dios: Jn. 20, 1-10)
Dios nuestro, que nos abriste las puertas de la vida por medio de la resurrección de tu Hijo, vencedor de la muerte, concédenos a todos los que celebramos su gloriosa resurrección que, por la nueva vida que tu Espíritu nos comunica, lleguemos también nosotros a resucitar a la luz de la vida eterna. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
II LA ASCENSIÓN DE JESÚS AL CIELO
(Escucha de la Palabra de Dios: Lc. 24, 50-53)
Concédenos, Señor, rebosar de alegría al celebrar la gloriosa ascensión de tu Hijo, y elevar a ti una cumplida acción de gracias, pues el triunfo de Cristo es ya nuestra victoria y, ya que él es la cabeza de la Iglesia, haz que nosotros, que somos su cuerpo, nos sintamos atraídos por una irresistible esperanza hacia donde él nos precedió. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
III LA VENIDA DEL ESPÍRITU SANTO
(Escucha de la Palabra de Dios: Hech 2, 1-4)
Dios nuestro, que por el misterio de Pentecostés santificas a tu Iglesia en todo pueblo y nación, derrama los dones del Espíritu Santo por toda la extensión de la tierra, y aquellas maravillas que obraste en los comienzos de la predicación evangélica continúa realizándolas ahora en los corazones de tus fieles. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
IV LA ASUNCIÓN DE MARÍA AL CIELO
(Escucha de la Palabra de Dios: Lc. 1, 46-52)
Dios todopoderoso y eterno, que has elevado en cuerpo y alma a los cielos a la Inmaculada Virgen María, madre de tu Hijo, haz que nosotros ya desde este mundo, tengamos todo nuestro ser totalmente orientado hacia el cielo, para que podamos llegar a participar de su misma gloria. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
V LA CORONACIÓN DE MARÍA COMO REINA DE TODO LO CREADO
(Escucha de la Palabra de Dios: Apoc. 12, 1-2)
Señor, Dios nuestro, que nos has dado como madre y como reina a la Madre de tu Hijo, concédenos que, protegidos por su intercesión, alcancemos la gloria que tienes preparada a tus hijos en el reino de los cielos. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
CONCLUSIÓN.
Oración final
I LA RESURRECCIÓN DE NUESTRO SEÑOR
(Escucha de la Palabra de Dios: Jn. 20, 1-10)
Dios nuestro, que nos abriste las puertas de la vida por medio de la resurrección de tu Hijo, vencedor de la muerte, concédenos a todos los que celebramos su gloriosa resurrección que, por la nueva vida que tu Espíritu nos comunica, lleguemos también nosotros a resucitar a la luz de la vida eterna. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
II LA ASCENSIÓN DE JESÚS AL CIELO
(Escucha de la Palabra de Dios: Lc. 24, 50-53)
Concédenos, Señor, rebosar de alegría al celebrar la gloriosa ascensión de tu Hijo, y elevar a ti una cumplida acción de gracias, pues el triunfo de Cristo es ya nuestra victoria y, ya que él es la cabeza de la Iglesia, haz que nosotros, que somos su cuerpo, nos sintamos atraídos por una irresistible esperanza hacia donde él nos precedió. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
III LA VENIDA DEL ESPÍRITU SANTO
(Escucha de la Palabra de Dios: Hech 2, 1-4)
Dios nuestro, que por el misterio de Pentecostés santificas a tu Iglesia en todo pueblo y nación, derrama los dones del Espíritu Santo por toda la extensión de la tierra, y aquellas maravillas que obraste en los comienzos de la predicación evangélica continúa realizándolas ahora en los corazones de tus fieles. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
IV LA ASUNCIÓN DE MARÍA AL CIELO
(Escucha de la Palabra de Dios: Lc. 1, 46-52)
Dios todopoderoso y eterno, que has elevado en cuerpo y alma a los cielos a la Inmaculada Virgen María, madre de tu Hijo, haz que nosotros ya desde este mundo, tengamos todo nuestro ser totalmente orientado hacia el cielo, para que podamos llegar a participar de su misma gloria. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
V LA CORONACIÓN DE MARÍA COMO REINA DE TODO LO CREADO
(Escucha de la Palabra de Dios: Apoc. 12, 1-2)
Señor, Dios nuestro, que nos has dado como madre y como reina a la Madre de tu Hijo, concédenos que, protegidos por su intercesión, alcancemos la gloria que tienes preparada a tus hijos en el reino de los cielos. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
CONCLUSIÓN.
Oración final
derrama tu amor en nuestros corazones,
y por medio de la Bienaventurada Virgen María
danos tu gracia para vivir unidos en la verdad.
Por Jesucristo Nuestro Señor.
Amén.
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