Año I - Nº 2
octubre 2005
Sobre la humildadPor Alberto García Vieyra,O.P.
Humilde, explica San Isidoro, equivale a pegado o adherido a tierra. Es la etimología que trae Santo Tomás. Agreguemos: adherido no a la tierra del viejo Adán, sino a la “nueva tierra” y los “nuevos cielos”, traídos por Jesucristo.
Adán significa tierra. Después del pecado hubo de ir a la tierra que “da abrojos y espinas”. Pero la nueva tierra debía ser formada por Dios; la tierra prometida por Dios, que será la posesión de los mansos: “Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán la tierra”. O como afirman los Salmos, “Los sufridos poseen la tierra y disfrutan de paz abundante”.
Hay una tierra poseída en bendición, y otra tierra habitada en maldición. Sean buenas o malas las Etimologías de Isidoro, “humilis” nos sugiere el humus vegetal, la tierra fértil para la labranza. El Sembrador de la conocida parábola evangélica encuentra tierras buenas o malas. Las primeras son las sazonadas por el humus que es la humildad.
Con un criterio erróneo y fatuo, se toma la humildad como carencia de recursos económicas. El mundano ve en la falta de ostentación, una merma, una carencia. Se puede carecer de riquezas y no ser humilde; como se puede poseer riquezas y ser humilde. Uno y otra caso son difíciles. La humildad busca un interior desprendimiento de sí mismo, como la pobreza voluntaria procura el desprendimiento de las cosas exteriores.
La humildad es una virtud difícil. Hablar de un despojamiento interior de sí mismo, quizás es fácil; pero llevarlo a la práctica es difícil. Para contemplar esta virtud en todo su esplendor, pensemos que el Señor mismo quiso ponerse de ejemplo: “Aprended de Mí que soy manso y humilde de corazón”. También se dice en Lucas que “el Señor miró la humildad de su esclava”. Esto nos da la pauta de la importancia de la humildad.
Aprended de Mí, nos dice el Maestro. Es una orden que viene desde fuera para ser obedecida por la fe, y que la gracia divina y la caridad habilitan desde dentro para cumplirla: la humildad elimina los obstáculos, los apetitos de los valores mundanos.
GUION DEL REZO DEL ROSARIO
(De: “Una hora con María”, Manual de la Guardia de Honor de Córdoba)
ORACIÓN INICIAL
Ven Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu Amor.
Envía Señor tu Espíritu y todas las cosas serán creada
Y renovarás la faz de la tierra
Oh Dios, que has iluminado los corazones de tus fieles con la luz del Espíritu Santo, concédenos gustar en el mismo Espíritu todo lo que es santo, y gozar siempre de su consolación. Por Cristo Nuestro Señor.
Oración preparatoria
Oh, gloriosa Reina del cielo,
que en el Rosario nos dejaste un recuerdo
de la vida, muerte y resurrección de tu Hijo,
alcánzanos la gracia de rezar esta plegaria y meditar sus misterios,
de tal manera que, imitando los ejemplos que contiene,
podamos obtener, en el cielo, los frutos que promete.
Amen.
MISTERIOS GOZOSOS
I. LA ANUNCIACIÓN DEL ANGEL A MARÍA
María acepta, humilde y generosa, el anuncio del Ángel. También nosotros, cada día, tenemos nuestra propia anunciación: en la oración, en el trabajo, el Señor nos pide un mínimo acto de generosidad, una renuncia al amor propio, un sacrificio..... Imitemos a la Virgen respondiendo generosamente.
Concédenos, Señor, la ayuda continua de la Virgen María, Madre de Dios, por el anuncio del Ángel
II LA VISITA DE MARÍA SANTÍSIMA A SU PRIMA SANTA ISABEL
La Virgen lleva a casa de su prima Isabel, juntamente con la ayuda material, un regalo más hermoso: Jesús. Y con Jesús, la paz, la alegría, la santidad. Demos a nuestros hermanos un pedacito de amor, una sonrisa, una palabra afectuosa, un poco de nuestro tiempo. Con estos pequeños dones también nosotros llevaremos a nuestro prójimo el regalo de Jesús; y seguiremos así el ejemplo de María en el amor al prójimo.
Señor, que atiendes a todos los que confían en Ti, concédenos la gracia de ser visitados por la Virgen en nuestras necesidades.
III EL NACIMIENTO DE JESÚS EN BELÉN
El pesebre donde la Virgen depositó a Jesús ha sido siempre objeto de meditación y motivo de alegría para todos los hombres. Pero no todos han llegado a comprender las lecciones de humildad, de pobreza, de amor generoso que de él se desprenden. Unámonos a la Virgen en la contemplación de este misterio, pidiéndole el despego de las cosas terrenas.
La estrella, Señor, reveló a los hombres tu Unigénito; haz también que por ella lleguemos a contemplar nosotros un día el esplendor de tu majestad
IV LA PRESENTACIÓN DE JESÚS EN EL TEMPLO
Jesús, haciendo de los brazos de la Virgen un altar, se ofrece al Padre, Víctima de los pecados del mundo y obediente hasta la muerte. Acompañemos a la Virgen al templo de Dios y por sui mediación, ofrezcámosle nuestra inteligencia, nuestro corazón y nuestra vida, para conocerle, amarle y servirle en todo, siempre y cada uno de los días, y de ser, como Jesús, salvadores de almas.
Te suplicamos Señor, nos ayudes a ofrecerte con amor toda nuestra vida, como Jesús se dio a sí mismo en el templo.
V JESÚS PERDIDO Y ENCONTRADO EN EL TEMPLO
María no puede permanecer sin Jesús. Nada puede llenar el vacío de su ausencia. La Virgen necesita encontrarlo a toda costa; por eso lo busca durante tres días con indecible angustia. ¡Cuántos corazones sin Jesús! ¡Y cuántos ni siquiera se preocupan de buscarlo! Para muchos, Jesús cuenta menos que un insignificante objeto perdido. Encontrar a Jesús es la alegría más grande para un corazón, para un alma.
Señor, que los ejemplo de la Sagrada Familia y la intercesión de María y José, conserven nuestras familias en la gracia y en la paz.
MISTERIOS DOLOROSOS
I LA ORACIÓN EN EL HUERTO DE GETSEMANÍ
Jesús en el huerto, es abandonado incluso por sus apóstoles, que nos saben vigilar y orar con Él. En su penosa soledad se dirige al Padre, y un Ángel baja del cielo a confortarlo. También para nosotros existen días de tristeza y de dolor íntimo en los que sentimos mayor necesidad de consuelo. No lo esperemos de los hombres. Busquémoslo como Jesús, en el refugio de la oración
Haz que aceptemos, Señor, todos los dolores de nuestra vida en expiación de nuestros pecados, igual que Jesús aceptó su dolorosa pasión por nuestras culpas.
II LA FLAGELACIÓN
Jesús es azotado sin piedad. Los golpes de los soldados cesan únicamente cuando el cuerpo de Jesús es una llaga sangrienta. Pero no son los soldados quienes golpean a Jesús. Los verdaderos verdugos son los jóvenes, los obreros, las señoras elegantes, los esposos, los actores, los escritores: somos nosotros. Interrumpamos esta flagelación, con propósitos de vida pura y mortificada.
Jesús, que nos diste un altísimo ejemplo de paciencia, haz que también nosotros soportemos pacientemente los azotes de las tribulaciones.
III LA CORONACIÓN DE ESPINAS
Después de las penas íntimas de la agonía, después del destrozo de la flagelación, Jesús es ridiculizado en su dignidad de Rey. “Salve, Rey de los Judíos”, decían con burla los soldados. “Salve, Cristo Rey”, debemos repetir nosotros con fe sincera, aclamándolo como nuestro soberano y consagrándonos con decisión a dilatar los confines de Su reino
La cruel coronación de espinas que Tú, Jesús, has soportado, nos merezca ser coronados por toda la eternidad de honor y gloria en tu reino.
IV LA VÍA DE LA CRUZ
En la Vía Dolorosa Jesús no era el único en llevar la cruz. Junto a Él caminaban dos ladrones. Nos dice el Evangelio que uno encontró en la cruz la salvación, y otro su condenación. Cada hombre encuentra en esta vida su cruz. Debemos llevarla, no por fuerza, como el Cireneo, ni maldiciendo como el ladrón, sino con amor y paciencia, como Jesús y por Jesús.
Que también nosotros, Jesús, caminemos por la vía del dolor con aquel amor que te ayudó a ti a llevar la cruz por nuestras culpas.
V LA MUERTE DE JESÚS
Así nos amó Jesús. No bastan los clavos para sujetarlo a la cruz, ni siquiera nuestras culpas. ES su amor hacia nosotros. Sus brazos extendidos esperan el retorno; su grito sediento nos pide una respuesta; su muerte exige el don total de nuestra vida. Para todo, la madre dolorosa está siempre a su lado.
Dirige, Señor, una mirada de perdón a todos los hombres de la tierra, por cuyo amor no dudaste en morir en la Cruz
MISTERIOS GLORIOSOS
I LA RESURRECCIÓN DE NUESTRO SEÑOR
La tumba de Jesús quedó vacía. Los soldados que la custodiaban huyeron. La derrota de Jesús en el calvario había sido aparente. Sus enemigos de ayer y de hoy se ilusionan momentáneamente. Jesús venció y vencerá siempre a la muerte y el pecado. Su victoria será también nuestra victoria si sabemos conservar la vida de gracia que Él nos consiguió.
Señor Jesús, que con tu resurrección venciste a la muerte, haz que venzamos nosotros la muerte del pecado resucitando a la vida de la gracia.
II LA ASCENSIÓN DE JESÚS AL CIELO
“Voy a prepararles un lugar”. El Hijo de Dios retorna al Padre señalando el cielo como nuestra casa y nuestra meta. En los días grises, en la tristeza, en las renuncias, en el cumplimiento fatigoso de nuestros deberes... recordemos que estamos hechos, no para la tierra, sino para el cielo. No para vivir aquí siempre: únicamente para prepararnos a la verdadera vida. La tierra es un destierro; el cielo, la patria.
Concédenos Señor, la gracia de pensar con frecuencia en el cielo adonde Jesús subió, y de reunirnos con Él después de esta vida.
III LA VENIDA DEL ESPÍRITU SANTO
El Espíritu Santo transformó a los apóstoles, tímidos e ignorantes, en hombres de ciencia y decisión. También nosotros hemos recibido el Espíritu Santo en los Sacramentos del Bautismo y la Conformación. E idéntico cambio se verificará en nosotros si somos dóciles a la acción de este Huésped Divino. Invoquémosle en unión con la Virgen.
Envíanos, Señor, tu Espíritu. Que nos sirva de reposos en el cansancio y de consuelo en la tristeza, y avive en nuestro corazón el fuego de tu Amor.
IV LA ASUNCIÓN DE MARÍA AL CIELO
En este misterio, la Virgen se muestra nuestra guía: su ruta debe marcar nuestro camino. Igual que al escalar una difícil cumbre buscamos un hombre experto que nos guíe, para llegar al cielo necesitamos seguir a María. La senda seguida por ella nos viene trazada por los misterios del Rosario. Unámonos a Virgen en esta dulce cadena y habremos asegurado nuestra salvación.
Tu Santa Madre, Señor, que mereció el tránsito sereno de esta vida terrena a la alegría del cielo, nos asista piadosa a la hora de la muerte.
V LA CORONACIÓN DE MARÍA COMO REINA DE TODO LO CREADO
La Virgen, que en el primer Misterio de Gozo se había declarado Sierva del Señor, en el último de Gloria es proclamada “Reina del Universo”. Reconozcamos la realeza de María, ofreciéndole las corona de nuestra devoción. Las místicas rosas del Avemaría que le hemos presentado, serán para nosotros una corona de gloria eterna en el cielo.
Señor Jesús, que coronaste a tu Santísima Madre como Reina y Mediadora de gracia, concede a tus hijos la seguridad de experimentar siempre el poder de su piadosa intercesión.
MISTERIOS LUMINOSOS
I EL BAUTISMO DE JESÚS EN EL RÍO JORDÁN.
El Señor, en su infinita misericordia, quiso sumergirse en las aguas del Jordán y ser bautizado por Juan: mostrando su misión entre nosotros: lavar con su sangre los pecados de los hombres. Lavando su cuerpo quiere purificar su corazón. Con esta lección quiere quiso enseñarnos que la humildad es el camino de la santidad. Pidamos la gracia de ser fieles al compromiso bautismal: ser hijos de Dios y miembros de la Iglesia.
Jesús, te pedimos que nos ilumines para que, con sencillo corazón, renovemos el compromiso de nuestro bautismo, por el que, gracias a tu muerte y resurrección, hemos nacido a la vida nueva
Padre nuestro....etc.
II LA AUTORREVELACIÓN DE JESÚS EN LAS BODAS DE CANÁ.
La Virgen, en las bodas de Caná, muestra su generosidad. Generoso es quien se sacrifica por el bien del otro. Ella supo atender la necesidad de los novios pidiendo a su hijo que hiciera el milagro de cambiar el agua en vino. El ejemplo de María nos ayuda a salir de nosotros mismos para ver las necesidades de los demás y transformar el mundo como el agua fue transformada en vino.
Señor, que al responder el pedido de María nos diste a conocer el Reino de Dios, ilumina nuestro corazón y acrecienta nuestra fe para saber reconocer tus obras
III EL ANUNCIO DEL REINO INVITANDO A LA CONVERSIÓN.
Jesús nos anunció y nos hizo conocer el Reino de Dios y su justicia y nos aseguró que las cosas vendrán por añadidura. Nos habló de un Reino que es felicidad, verdad, amor y paz. Hace dos mil años que la Iglesia proclama el Reino, pero todavía hay algunos que no escuchan pues tiene un obstáculo: el amor desordenado de sí mismos. Jesús nos llama a cambiar nuestra equivocada conducta para poder participar del Reino de Dios.
Señor Jesús, danos la gracia para que, arrepentidos de nuestros pecados, aceptemos tu perdón misericordioso y participemos de tu Reino.
IV LA TRANSFIGURACIÓN DE JESÚS
Los apóstoles no querían oír al Señor hablar de la cruz, porque querían un Jesús sin cruz, sin sacrificio, sin entrega. Un Jesús a su medida, que no exigiera nada y lo diera todo. Por eso el Señor se transfigura y les muestra la belleza de lo que es seguirlo por el camino de la cruz. Por ella se transfigura el hombre y es hecho hijo de Dios. Pidamos la gracia de vivir alentados por la divinidad frente a la oscuridad del mundo terreno.
Señor, que mostraste a los apóstoles en tu rostro transfigurado, el anticipo de la gloria del cielo, concédenos vivir la cruz de cada día para compartir tu resurrección y la eterna bienaventuranza.
V LA INSTITUCIÓN DE LA EUCARISTÍA.
Cristo vuelve al cielo, pero se queda para siempre prisionero en el Sagrario para ser compañero de nuestra soledad: bajo las apariencias del pan y del vino, quiere ser alimento, alivio, fortaleza. Pidamos la gracia de fortificar siempre nuestra alma con ese alimento de vida eterna, y el compromiso permanente de dar testimonio de caridad por nuestros hermanos.
Señor Jesús, que para manifestarnos tu ardentísimo amor te quedaste con nosotros en la Eucaristía hasta el fin de los tiempos, ilumina nuestra vida de fe comunitaria, para que al compartir tu Cuerpo y tu Sangre, vivamos fraternalmente en el amor.
CONCLUSIÓN.
Te pedimos, Señor, que nosotros, tus siervos, gocemos siempre de salud de cuerpo, mente y espíritu, y por la intercesión de Santa María, la Virgen, líbranos de las tristezas de este mundo y concédenos las alegrías del cielo. Por Jesucristo nuestro Señor.
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