27 de noviembre de 2016
Misterios Gloriosos
por Fray Julián de Cos, O.P.
Bradi Barth: La dormición de María
I La
resurrección
La resurrección del Hijo de Dios es un
elemento central de nuestra fe. Así lo dice san Pablo: “Si no resucitó Cristo,
vana es nuestra fe”. Si no creemos en que Jesús venció completamente a la
muerte y al pecado, toda nuestra fe se desploma. La experiencia es muy importante
en la fe. Cuando experimentamos interiormente aquello en lo que creemos,
nuestra fe se refuerza. Pero la fe se sostiene sobre la confianza, no sobre la
experiencia. No hace falta ver para creer: hace falta confiar.
II La
Ascensión
Jesús vuelve al cielo resucitado, victorioso.
Gracias a Él, el mal está herido de muerte. Pero la victoria de Jesús no es al
estilo humano. La experiencia de la ascensión del Señor está íntimamente ligada
a la experiencia de la humillación. Ascensión y humillación son dos vivencias
que van unidas: el que está sentado a la derecha de Padre es el Cordero
degollado. Humillación y ascensión son dos caras de la misma moneda. El
Resucitado es el que antes se ha humillado totalmente, y lo mismo se puede
decir respecto de nosotros mismos. Como reza la bienaventuranza: de los pobres
de espíritu es el Reino de los Cielos.
III La venida
del Espíritu Santo
Con el fin de conducir a la humanidad hacia la
salvación el Padre envió a su Hijo en la
Anunciación, y ambos enviaron al Espíritu Santo en Pentecostés. La Santísima
Trinidad se despliega así en la Historia de la Salvación. Y la Virgen María fue protagonista
de ambos envíos: en el primero, como la Madre de Dios; y en el segundo, como
Madre de la Iglesia.
IV La Asunción
Debido a su especial relación con su divino
Hijo, María fue glorificada en cuerpo y alma al final de su vida terrena: toda
ella fue resucitada. María está ahora al lado de su Hijo, en el Reino de los
cielos, y sigue siendo la misma que
estaba aquí en la tierra, en medio de la creación. Aquella humilde doncella a
la que se le apareció el Ángel Gabriel; la que envuelve en pañales al Niño
Jesús; y la doliente madre al pie de la cruz. Por eso la Virgen María nos
resulta tan cercana y nos gusta tanto dirigirnos a ella: cuando le contamos
nuestros problemas, nuestros sueños o nuestras alegrías, sabe muy bien de lo
que le hablamos, comparte plenamente nuestros dolores y nuestros éxitos.
V La
coronación
La Madre de Dios coronada como Reina de cielos
y tierra. La imaginamos imperando con su amor y belleza sobre de todo lo
creado; regalando su ternura a toda la creación; acariciando con su suave
sonrisa a todos los seres que Dios ha puesto bajo su reinado. El corazón de
nuestra Madre del cielo late al acompasado ritmo de las estrellas. Un ritmo
bello y armonioso, tierno y cálido. El amor que arde en su corazón inmaculado
se extiende y se reparte por toda la creación, especialmente entre los más
pequeños e indefensos. Porque ella, siendo nuestra Reina, es también la más
cercana de las Madres. A la más humilde de sus servidoras Dios la ha erigido
Reina de los ángeles y de los hombres.
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