N° 36-Rosario por la Paz

BOLETÍN DEL ROSARIO
N° 36 - 7 de setiembre de 2013
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Rosario por la Paz
Meditaciones tomadas del Discurso de Juan Pablo II
en la Jornada Mundial por la Paz de enero de 2002




Introducción:

Juan Pablo II, que en su Polonia natal conoció y sufrió los horrores de la segunda guerra mundial, ha confiado a la eficacia del Rosario la causa de la paz en el mundo.  En su Carta Apostólica sobre el Rosariodel 16 de octubre de 2002 reconoce  que “sólo un poder de lo Alto puede orientar a quienes viven en estas situaciones  conflictivas y a los dirigentes de las Naciones, a esperar un futuro menos oscuro”. Y si propone el Rosario es porque “es una oración orientada por su naturaleza a la paz: ella, en efecto, es contemplación de Cristo, Príncipe de la paz. Quien interioriza el misterio de Cristo –y el Rosario es precisamente eso– aprende el secreto de la paz y hace de ello un proyecto de vida”. 
Mientras nos hace contemplar a Cristo, el Rosario nos hace también constructores de paz en el mundo.  Asimismo, la paz ha de ser confirmada con el compromiso común que cada uno de nosotros asume ante el Dios vivo, ante los hermanos, y ante el mundo entero. La paz ha de mirar al futuro de la Humanidad con renovada valentía. ¡Que la paz sea bendición para todos!




Oración Inicial:

Oración a Nuestra Señora de la Paz

Señora y Madre nuestra, Virgen Santa María, Reina de la Paz,
Venimos hasta Ti para rogarte por la paz.
La paz que el mundo busca sin encontrar,
la paz que tu Hijo Jesucristo vino a traernos,
la paz cuya única fuente verdadera es Cristo Jesús.
Te rogamos que intercedas por nosotros
para que nos abramos a la paz que viene de Dios.
La paz que es fruto de la justicia.
La paz que exige que el hombre
renuncie a la envidia, a la ambición, al orgullo y al egoísmo.
Acudimos a Ti, para que esa paz que Dios nos ofrece,
la recibamos, la conservemos y la llevemos al mundo.
Ayúdanos para que seamos artífices de la paz.
Que tu maternal auxilio nos haga valientes, pacientes y eficaces
para comprometernos a trabajar por la justicia,
fundamento de la paz que todos necesitamos.
Amén


I  La Anunciación
Alabamos a Dios, Creador y Señor del universo, por el don de la vida, y especialmente de la vida humana, que surgió en el planeta por un misterioso designio de su bondad. La vida en todas sus formas ha sido confiada de manera especial a la responsabilidad de los hombres. Con admiración renovada cada día constatamos la variedad con que se manifiesta la vida humana, desde la complementariedad femenina y masculina, hasta una multiplicidad de dones característicos, propios de las diversas culturas y tradiciones, que forman un multiforme y poliédrico cosmos lingüístico, cultural y artístico. Es una multiplicidad llamada a integrarse en la confrontación y en el diálogo para enriquecimiento y alegría de todos.

Por el Misterio de la Anunciación, nos comprometemos a estar de parte de los que sufren en la miseria y el abandono, haciéndonos portavoces de los que no tienen voz y trabajando activamente para superar esas situaciones, con la convicción de que nadie puede ser feliz solo.



II  La Visitación
Dios mismo ha puesto en el corazón humano un estímulo instintivo a vivir en paz y armonía. Es un anhelo más íntimo y tenaz que cualquier instinto de violencia. En la historia han existido, y siguen existiendo, hombres y mujeres que, precisamente en cuanto creyentes, se han distinguido como testigos de paz. Con su ejemplo, nos han enseñado que es posible construir, entre las personas y entre los pueblos, puentes para encontrarse y caminar juntos por los senderos de la paz. En ellos queremos inspirarnos con vistas a nuestro compromiso al servicio de la Humanidad.  Nos alientan a ser  capaces de irradiar en el mundo la luz del amor y de la esperanza.

Por el Misterio de la Visitación, nos comprometemos a proclamar nuestra firme convicción de que la violencia y el terrorismo se oponen al auténtico espíritu cristiano.



III  El Nacimiento de Jesús
La Humanidad necesita siempre la paz, pero mucho más ahora, en presencia de persistentes focos de desgarradores conflictos que tienen en vilo al mundo. Los dos pilares sobre los que se apoya la paz son el compromiso en favor de la justicia y la disponibilidad al perdón. Justicia, en primer lugar, porque sólo puede haber verdadera paz si se respetan la dignidad de las personas y de los pueblos, los derechos y los deberes de cada uno, y si se da una distribución equitativa de beneficios y obligaciones entre personas y colectividades. No se puede olvidar que situaciones de opresión y marginación están a menudo en la raíz de las manifestaciones de violencia y terrorismo. Y también perdón, porque la justicia humana está expuesta a la fragilidad y a los límites de los egoísmos individuales y de grupo. Sólo el perdón sana las heridas del corazón y restablece íntegramente las relaciones humanas alteradas.

Por el Misterio del Nacimiento de Jesús, nos comprometemos a enseñar a las personas a respetarse y estimarse recíprocamente, para hacer posible una convivencia pacífica y solidaria en nuestras comunidades.



IV   La Presentación
Nuestro Maestro y Señor Jesucristo nos llama a ser apóstoles de paz. Hizo suya la regla de oro conocida por la sabiduría antigua: Todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros a ellos; y el mandamiento de Dios a Moisés: Ama a tu prójimo como a ti mismo , llevándolos a plenitud en el mandamiento nuevo: Amaos los unos a los otros como yo os he amado. Con la muerte en el Gólgota imprimió en su carne los estigmas del amor de Dios por la Humanidad. Testigo del designio de amor del Padre celestial, se convirtió en nuestra paz derribando el muro de la enemistad.

Por el Misterio de la Presentación, nos comprometemos a promover la cultura del diálogo, con sinceridad y paciencia, sin considerar lo que nos diferencia como un muro infranqueable, sino, por el contrario, reconociendo que la confrontación con las diversidades ajenas puede convertirse en ocasión para una mayor comprensión recíproca.



V  El Niño perdido y hallado en el templo
Si la paz es don de Dios y tiene su manantial en Él, sólo es posible buscarla y construirla con una relación íntima y profunda con Él. Por tanto, edificar la paz en el orden, la justicia y la libertad requiere el compromiso prioritario de la oración, que es apertura, escucha, diálogo y, en definitiva, unión con Dios, fuente originaria de la verdadera paz. Orar no significa evadirse de la Historia y de los problemas que plantea. Al contrario, significa optar por afrontar la realidad no solos, sino con la fuerza que viene de lo Alto, la fuerza de la verdad y del amor, cuyo último manantial está en Dios.

Por el Misterio del Niño perdido y hallado en el templo, nos comprometemos a perdonarnos mutuamente los errores y a apoyarnos en el esfuerzo común por vencer el egoísmo y el atropello, el odio y la violencia, y por aprender del pasado que la paz sin justicia no es auténtica paz.


Oración Final:

Dios de infinita misericordia y bondad,
Que tu voz resuene en el corazón
de todos los hombres y mujeres,
cuando los llames a seguir el camino de reconciliación y paz,
y a ser misericordiosos como tú.

Señor, tú que diriges palabras de paz a tu pueblo
y a todos los que se convierten a ti de corazón.
Te pedimos por los pueblos en conflicto.
Ayúdales a derribar las barreras de la hostilidad y de la división
y a construir juntos un mundo de justicia y solidaridad.

Señor, tú que creas cielos nuevos y una tierra nueva.
Te encomendamos a los jóvenes.
En su corazón aspiran a un futuro más luminoso;
fortalece sus decisión de ser hombres y mujeres de paz
y heraldos de una nueva esperanza.
Padre, tú que haces germinar la justicia en la tierra.
Te pedimos por las autoridades civiles,
para que se esfuercen por satisfacer
las justas aspiraciones de sus pueblos,
y eduquen a los jóvenes en la justicia y en la paz.
Impúlsalos a trabajar generosamente por el bien común
y a respetar la dignidad inalienable de toda persona
y los derechos fundamentales
que derivan de la imagen y semejanza del Creador
impresa en todo ser humano.
Concédeles sabiduría, clarividencia y perseverancia;
no permitas que se desanimen  en su ardua tarea
de construir  la paz duradera que anhelan todos los pueblos.
Guía sus pasos en la verdad y en el amor.
Haz que sean uno,
como tú eres Uno con el Hijo y el Espíritu Santo.
Que testimonien la paz que supera todo conocimiento
y la luz que triunfa
sobre las tinieblas de la hostilidad, del pecado y de la muerte.

Padre misericordioso,
que encontremos la valentía de perdonarnos unos a otros,
a fin de que se curen las heridas del pasado
y evitar nuevos sufrimientos en el presente y el futuro.
Que con un solo corazón y una sola mente,
trabajemos para que el mundo
sea una verdadera casa para todos sus pueblos.
Amén.







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