La gloria de la
Trinidad en Pentecostés
(de la Catequesis del
Papa Juan Pablo II
durante la Audiencia
General del 31 de mayo de 2000)
I La
resurrección de Nuestro Señor Jesucristo
Pentecostés, la celebración de la efusión del Espíritu
Santo, presenta diferentes perfiles en los escritos del Nuevo Testamento. El
pasaje de los Hechos de los Apóstoles, que relata acerca de las lenguas de fuego que se posaron sobre las
cabezas de María y los apóstoles, es la escena más inmediatamente reconocida
tanto en el arte como en la liturgia. El don del Espíritu se presenta dentro de
una teofanía, es decir, de una revelación divina solemne, que en sus símbolos,
recuerda la experiencia de Israel en el Sinaí: el fragor, el viento impetuoso,
el fuego que evoca el rayo, exaltan la trascendencia divina. En realidad, es el
Padre quien dona el Espíritu a través de la intervención de Cristo glorificado,
tal como lo declara Pedro en su
discurso: Jesús, exaltado por la diestra de Dios, ha recibido del Padre el
Espíritu Santo prometido y ha derramado lo que vosotros veis y oís. Como enseña
el Catecismo de la Iglesia Católica, en Pentecostés, el Espíritu Santo se ha
manifestado, donado y comunicado como Persona divina. En este día se ha
revelado plenamente la Santa Trinidad….
II La
Ascensión del Señor
Toda
la Trinidad está involucrada en la irrupción del Espíritu Santo, difundido en
la primera comunidad, y en la Iglesia de todos los tiempos, como sello de la
Nueva Alianza anunciada por los profetas, en apoyo del testimonio, y como
manantial de unidad. En virtud del Espíritu Santo, los apóstoles anuncian al
Resucitado a todos los pueblos, y todos los creyentes, en la diferencia de sus
idiomas, de sus culturas, y de sus vicisitudes históricas, profesan la única fe
en el Señor, anunciando las grandes obras de Dios.
III La
Venida del Espíritu Santo
En
el evangelio de San Juan, la efusión del Espíritu Santo se presenta en la misma
noche de Pascua y está ligada íntimamente a la resurrección: estando cerradas
las puertas, Jesús se presentó en medio de los discípulos; les dio la paz, les
mostró las manos y el costado, sopló sobre ellos y les dijo: "Recibid el
Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a
quienes se los retengáis, les quedan retenidos". El acto simbólico del
soplo evoca el acto del Creador que, después de haber plasmado el cuerpo del
hombre con el polvo del suelo, sopló sobre él para darle aliento de vida.
Cristo resucitado comunica otro aliento de vida, el Espíritu Santo. La
redención es una nueva creación, obra divina con la que la Iglesia está llamada
a colaborar a través del ministerio de la reconciliación. También en esta
escena resplandece la gloria de la Trinidad: la gloria de Cristo Resucitado, la
gloria del Padre que lo envía, y la del Espíritu, difundido como don de paz.
IV La
Asunción de María Santísima
El
apóstol Pablo no nos ofrece una narración directa de la efusión del Espíritu,
sino que habla de sus frutos. El Espíritu es el don del Padre, que nos hace
hijos adoptivos, haciéndonos partícipes de la misma vida de la familia divina:
el Espíritu mismo se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos
hijos de Dios, y por ello, sus herederos y coherederos de Cristo.
Con
el Espíritu Santo en el corazón podemos dirigirnos a Dios con el apelativo
familiar «Abbá», tal como lo hacía Jesús.
Como Él, podemos caminar según el Espíritu en la libertad interior profunda: el
fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad,
fidelidad, mansedumbre, dominio de sí.
V La Coronación de María Santísima
Concluyamos
esta contemplación de la Trinidad en Pentecostés con una invocación de la
liturgia de Oriente: Venid, pueblos, adoremos a la Divinidad en tres personas:
el Padre en el Hijo con el Espíritu Santo. Pues el Padre desde toda la
eternidad genera un Hijo coeterno y reinante con él, y el Espíritu Santo está
en el Padre, glorificado con el Hijo, potencia única, única sustancia, única
divinidad. Trinidad Santa, ¡Gloria a Ti!
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